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CRÉDITO: INNA REZNIK / SHUTTERSTOCK

Es crucial que los países actúen para ayudar a los niños a ponerse al día tras los meses de cierre de escuelas que se produjeron durante la pandemia de la Covid-19, escribe la experta en política educativa Prachi Srivastava.

Cómo recuperarse de la gran disrupción educativa

OPINIÓN: Niños de todo el mundo estuvieron fuera de las aulas durante meses, con grandes repercusiones en el aprendizaje, el bienestar y la economía. ¿Cómo evitamos una ‘catástrofe generacional’?


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Transcurridos ya tres años de la pandemia de la Covid-19, podemos ver los resultados del mayor experimento educativo global natural de la historia moderna. Son preocupantes.

En el punto álgido de los cierres por la pandemia, en abril de 2020, la UNESCO calculó que 190 países instituyeron cierres nacionales de centros educativos, lo que afectó a casi 1.600 millones de estudiantes en todo el mundo (el 94 % de todos los alumnos). Esto representa una quinta parte de la humanidad.

Desde 2020, dirijo un equipo de expertos mundiales de alto nivel en educación para informar los procesos consultivos del Grupo de los Veinte (G20), un foro de cooperación económica internacional para líderes y jefes de gobierno de 19 países y la Unión Europea. Utilizando datos de la UNESCO, calculamos que entre febrero de 2020 y marzo de 2022, la educación se vio interrumpida en todo el mundo durante una media de 41 semanas, es decir, 10,3 meses.

Los cierres prolongados de escuelas tienen efectos graves y persistentes en la educación, la salud y el bienestar social y económico, incluso después de que los alumnos regresen a las aulas. Algunos nunca lo harán: en todo el mundo, unos 24 millones de niños corren el riesgo de abandonar los estudios por completo. Si no se abordan estos problemas, el secretario general de las Naciones Unidas ha advertido de que el efecto será una “catástrofe generacional”.

Debemos tomar medidas inmediatas para dar prioridad a los sistemas educativos, sobre todo porque es probable que se produzcan más interrupciones. Más de 250 millones de niños ya estaban sin escolarizar antes de la pandemia a causa de conflictos, emergencias (como las catástrofes naturales) y las desigualdades sociales. Los países siguen enfrentándose a los complejos retos del cambio climático, los conflictos, los desplazamientos, las enfermedades, el hambre y la pobreza. Por ejemplo, las escuelas de Delhi —que sufrieron algunos de los cierres por pandemia más prolongados del mundo— estuvieron cerradas durante semanas o meses adicionales en 2021 y 2022 debido a la contaminación atmosférica; en 2022, el humo de los incendios forestales de California provocó cierres desde la costa oeste de EE.UU. hasta Reno, Nevada.

Por si no es obvio: las escuelas son importantes para el aprendizaje. Una nueva revisión de 42 estudios que abarcan 15 países (principalmente de renta alta) concluye que, por término medio, los niños perdieron alrededor del 35 % del aprendizaje de un curso escolar normal debido al cierre de las escuelas por la pandemia. Los déficits de aprendizaje aparecieron al principio de la pandemia y persistieron.

Una revisión anterior que abarcaba países de ingresos altos encontró, en siete de ocho estudios, efectos negativos estadísticamente significativos de los cierres pandémicos sobre el aprendizaje en al menos una asignatura. Esos estudios se centraban principalmente en la educación primaria y abarcaban asignaturas básicas y áreas como matemáticas, lectura y ortografía. Y lo que es más importante, los efectos negativos fueron peores para los alumnos procedentes de hogares con ingresos más bajos, con padres relativamente menos instruidos, de entornos raciales marginados o con discapacidades.

Un estudio de modelización sobre países de renta baja y media proyectó que si el tiempo de aprendizaje en el tercer grado escolar se reduce en un tercio (aproximadamente el escenario de la primera oleada de cierres de escuelas relacionados con la pandemia mundial), los estudiantes llevarán un año completo de retraso cuando lleguen al décimo año de estudios si no hay medidas correctoras.

Las escuelas también son importantes por otras razones: son centros de asesoramiento, servicios terapéuticos, atención infantil, protección y nutrición. El Programa Mundial de Alimentos calcula que, en el momento álgido de los cierres, “370 millones de niños de al menos 161 países [incluido EE.UU.] se vieron repentinamente privados de lo que para muchos era su principal comida del día”.

Las escuelas también tienen grandes efectos económicos acumulativos en las sociedades. Un estudio exhaustivo de 205 países concluyó que cuatro meses de cierre de las escuelas (mucho menos que la media mundial) pueden suponer una pérdida de ingresos durante toda la vida de unos 3.000 dólares por estudiante en los países de renta baja y de hasta 21.000 dólares en los países de renta alta. A primera vista puede no parecer mucho, pero la pérdida colectiva de ingresos de esta generación es escandalosa: de 364.000 millones de dólares en los países de renta baja a 4,9 billones de dólares en los de renta alta, lo que equivale a un asombroso 18 % del PIB mundial actual.

Entonces, ¿qué podemos hacer?

Está claro que la tecnología digital y la enseñanza virtual pueden aportar cierta continuidad, pero no son la panacea. La Encuesta sobre las Respuestas Nacionales en Materia de Educación (dirigida por la UNESCO, UNICEF, el Banco Mundial y la OCDE) reveló que solo alrededor del 27 % de los países de renta baja y media-baja y apenas el 50 % de los países de renta alta declararon tener una política explícita de aprendizaje digital a distancia plenamente operativa. Además, existe una brecha digital global de género y riqueza en el acceso a infraestructuras digitales básicas como dispositivos e Internet de alta velocidad.

Un estudio realizado por investigadores del Banco Mundial concluyó que, en el mejor de los casos (países de renta alta con interrupciones más breves y mejor acceso a la tecnología), el aprendizaje virtual podría compensar desde un 15 % hasta un máximo del 60 % de las pérdidas de aprendizaje.

Los programas educativos de recuperación a gran escala para impulsar el aprendizaje en áreas como las matemáticas, la lectura, la escritura y el pensamiento crítico pueden ayudar. Los programas de tutoría intensiva pueden reducir las lagunas de aprendizaje, especialmente cuando son individuales o en grupos reducidos, a cargo de un profesional y más de dos veces por semana. Un análisis demostró que este tipo de programación puede aumentar el rendimiento de los alumnos desde el percentil 50 hasta casi el 66.

Pero las intervenciones puntuales no bastan para cambiar el sistema. Sin programas de recuperación a gran escala financiados con fondos públicos, podemos esperar desigualdades evidentes en cuanto a quién se beneficia y quién no. Quienes puedan complementar la educación de sus hijos de forma privada lo harán, mientras que otros se quedarán más rezagados. También necesitamos una reforma curricular integrada, en la que las adaptaciones de cada curso estén conectadas con el curso anterior y con el siguiente para tener en cuenta la interrupción.

Por supuesto, los profesores son el recurso clave de los sistemas educativos. Entramos en la pandemia con una escasez mundial de 69 millones de profesores. Ahora hay un desgaste del profesorado, y las necesidades educativas son aún mayores. Hay que dar prioridad a la remuneración y a la mejora de las condiciones de trabajo para retener y contratar a los profesores.

Todo esto requiere dinero.

Antes de la pandemia, los países de renta baja y media-baja ya se enfrentaban a un déficit de financiación anual de 148.000 millones de dólares para alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 sobre educación de calidad para todos para el 2030. Ese déficit ha aumentado entre 30.000 y 45.000 millones de dólares.

En 2020, un tercio de los países de renta baja y media-baja tuvieron que gastar más en el servicio de su deuda externa que en educación.

La recomendación mundial, establecida en la Declaración de Incheon de 2015 adoptada en el Foro Mundial sobre la Educación, es que los países dediquen al menos entre el 4 % y el 6 % de su PIB o entre el 15 % y el 20 % de su presupuesto público a la educación. Incluso antes de la pandemia, los países de la OCDE dedicaban a la educación una media de tan solo el 10 % de sus presupuestos públicos. Aproximadamente un tercio de los más de 150 países no alcanzaron ambos objetivos.

Los primeros datos sugieren que el porcentaje de los presupuestos destinados a educación bajó de media de 2019 a 2021, no subió. Los programas de ayuda oficial también recortaron sus presupuestos para educación en 2020 hasta los niveles más bajos de los últimos cinco años.

Ahora, más que nunca, los gobiernos deben tomar decisiones políticas diferentes para dar prioridad a la educación.

Hay un estrecho margen para abordar esta cuestión, y ese margen se está cerrando. El futuro de una generación depende de ello.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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