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El simio despierto: ¿por qué las personas duermen menos que sus parientes primates?

Puede que los humanos antiguos hayan evolucionado para dormir de manera eficiente —y en una multitud—.


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En las noches secas, los cazadores-recolectores san de Namibia suelen dormir bajo las estrellas. No tienen luz eléctrica ni nuevos estrenos de Netflix que los mantengan despiertos. Sin embargo, cuando se levantan por la mañana, no han dormido más horas que un típico habitante de una ciudad occidental que se quedó despierto entretenido con su teléfono inteligente.

La investigación ha demostrado que las personas en sociedades no industriales —lo más parecido al tipo de entorno en el que evolucionó nuestra especie— promedian menos de siete horas de sueño por noche, dice el antropólogo evolutivo David Samson de la Universidad de Toronto Mississauga. Ese es un número sorprendente cuando uno mira a nuestros parientes animales más cercanos. Los humanos duermen menos que cualquier simio, mono o lémur que los científicos hayan estudiado. Los chimpancés duermen alrededor de 9,5 horas de cada 24. Los titíes cabeza blanca duermen alrededor de 13. Los marikiná norteños son técnicamente nocturnos, aunque en realidad casi nunca están despiertos —duermen 17 horas al día—.

Samson llama a esta discrepancia la paradoja del sueño humano. “¿Cómo es posible que estemos durmiendo menos que cualquier primate?”, dice. Se sabe que el sueño es importante para nuestra memoria, función inmunológica y otros aspectos de la salud. Un modelo predictivo del sueño de los primates basado en factores como la masa corporal, el tamaño del cerebro y la dieta concluyó que los humanos deberían dormir alrededor de 9,5 horas de cada 24, no 7. “Algo raro está pasando”, dice Samson.

La investigación realizada por Samson y otros en primates y poblaciones humanas no industriales ha revelado las diversas formas en que el sueño humano es inusual. Pasamos menos horas durmiendo que nuestros parientes más cercanos, y más de nuestra noche en la fase de sueño conocida como movimiento ocular rápido o REM. Las razones de nuestros extraños hábitos de sueño todavía están en debate, pero probablemente se puedan encontrar en la historia de cómo nos convertimos en humanos.

El gráfico muestra el tiempo medio de sueño de las diferentes especies de primates. Los humanos son los que menos duermen, con siete horas por noche; el marikiná norteño as es el que más duerme, con casi 17 horas.

En un período de 24 horas, las personas pasan menos tiempo durmiendo que cualquier primate que se haya estudiado. Sin embargo, es posible que la investigación sobre primates en cautiverio no brinde una imagen precisa de sus hábitos de sueño en la naturaleza.

De la cama en el dosel a la concha de caracol

Hace millones de años, nuestros antepasados vivían, y probablemente dormían, en los árboles. Los chimpancés y otros grandes simios de hoy todavía duermen en camas o plataformas de árboles temporales. Ellos doblan o rompen ramas para crear una forma de cuenco, que pueden cubrir con ramitas frondosas. (Los simios, como los gorilas, a veces también construyen camas en el suelo).

Nuestros ancestros hicieron la transición de vivir en los árboles a vivir en el suelo y, en algún momento, también comenzaron a dormir allí. Esto significó renunciar a todas las ventajas del sueño arbóreo, incluida la relativa seguridad frente a depredadores como los leones.

Los fósiles de nuestros antepasados no revelan qué tan bien descansados estaban. Entonces, para aprender cómo dormían los humanos antiguos, los antropólogos estudian al mejor representante que tienen: las sociedades contemporáneas no industriales.

“Es un gran honor y una oportunidad trabajar con estas comunidades”, dice Samson, quien ha trabajado con los cazadores-recolectores hadza de Tanzania, así como con varios grupos en Madagascar, Guatemala y otros lugares. Los participantes del estudio generalmente usan un dispositivo llamado Actiwatch, que es similar a un Fitbit con un sensor de luz adicional, para registrar sus patrones de sueño.

Gandhi Yetish, ecologista evolutivo humano y antropólogo de la Universidad de California en Los Ángeles, también ha pasado tiempo con los hadza, así como con los tsimane en Bolivia y los san en Namibia. En un artículo de 2015, evaluó el sueño en los tres grupos y descubrió que promediaban entre solo 5,7 y 7,1 horas.

Una foto muestra una cabaña de paja con una puerta abierta; la otra muestra unas alfombras en el suelo bajo la sombra de un gran árbol.

Los cazadores-recolectores hadza de Tanzania duermen en estructuras sencillas.

CRÉDITO: FOTOGRAFÍAS DE DAVID SAMSON

Los humanos, entonces, parecen haber evolucionado para necesitar menos horas de sueño que nuestros parientes primates. Samson demostró en un análisis de 2018 que logramos esto eliminando el tiempo no REM. REM es la fase del sueño más asociada con los sueños vívidos. Eso significa que, asumiendo que otros primates sueñan de manera similar, podemos pasar una mayor proporción de nuestra noche soñando que ellos. También somos flexibles sobre cuándo obtenemos esas horas de sueño.

Para unir la historia de cómo evolucionó el sueño humano, Samson expuso lo que él llama su hipótesis del sueño social en el Annual Review of Anthropology de 2021. Él piensa que la evolución del sueño humano es una historia sobre seguridad —específicamente, seguridad en números—. El breve y flexiblemente sincronizado sueño denso REM probablemente evolucionó debido a la amenaza de depredación cuando los humanos comenzaron a dormir en el suelo, dice Samson. Y cree que otra clave para dormir seguro en tierra fue dormitar en grupo.

“Deberíamos pensar en los primeros campamentos y bandas de humanos como si fueran el caparazón de un caracol”, dice. Grupos de humanos pueden haber compartido refugios simples. Una fogata podría haber mantenido a las personas calientes y a los insectos alejados. Algunos miembros del grupo podían dormir mientras otros vigilaban.

“Dentro de la seguridad de este caparazón social, podrías volver y tomar una siesta en cualquier momento”, imagina Samson. (Él y Yetish difieren, sin embargo, en la prevalencia de las siestas en los grupos no industriales de hoy. Samson ha hallado que las siestas son frecuentes entre los hadza y una población de Madagascar. Yetish dice que, según sus propias experiencias en el campo, las siestas son poco frecuentes).

Samson también cree que estos caparazones para dormir habrían facilitado la salida de nuestros antiguos antepasados de África y hacia climas más fríos. De esta manera, él ve el sueño como una subtrama crucial en la historia de la evolución humana.

¿Tan especiales como parecemos?

Tiene sentido que la amenaza de los depredadores haya llevado a los humanos a dormir menos que a los primates que viven en los árboles, dice Isabella Capellini, ecóloga evolutiva de la Universidad de la Reina de Belfast, en Irlanda del Norte. En un estudio de 2008, ella y sus colegas encontraron que, en promedio, los mamíferos con mayor riesgo de depredación duermen menos.

Pero Capellini no está segura de que el sueño humano sea tan diferente del de otros primates como parece. Ella señala que los datos existentes sobre el sueño en primates provienen de animales en cautiverio. “Todavía no sabemos mucho sobre cómo duermen los animales en la naturaleza”, dice.

En un zoológico o laboratorio, los animales pueden dormir menos de lo normal debido al estrés. O podrían dormir más, dice Capellini, “solo porque los animales están tan aburridos”. Y las condiciones estándar de laboratorio —12 horas de luz, 12 horas de oscuridad—podrían no coincidir con lo que experimenta un animal en la naturaleza durante todo el año.

El neurocientífico Niels Rattenborg, que estudia el sueño de las aves en el Instituto Max Planck de Ornitología de Alemania, está de acuerdo en que la narración de Samson sobre la evolución del sueño humano es interesante. Pero, dice, “creo que depende mucho de si hemos medido el sueño en otros primates con precisión”.

Y hay razones para sospechar que no lo hemos hecho. En un estudio de 2008, Rattenborg y sus colegas conectaron dispositivos EEG a tres perezosos salvajes y descubrieron que los animales dormían unas 9,5 horas al día. Un estudio anterior de perezosos cautivos, por otro lado, había registrado casi 16 horas diarias de sueño.

Tener datos de más animales salvajes ayudaría a los investigadores del sueño. “Pero es técnicamente desafiante hacer esto”, dice Rattenborg. “Aunque los perezosos cumplieron con el procedimiento, tengo la sensación de que los primates pasarían mucho tiempo tratando de quitarse el equipo”.

Si los científicos tuvieran una imagen más clara del sueño de los primates en la naturaleza, podría resultar que el sueño humano no es tan excepcionalmente corto como parece. “Cada vez que se afirma que los humanos son especiales en algo, una vez que comenzamos a tener más datos, nos damos cuenta de que no son tan especiales”, dice Capellini.

Charlas junto a la fogata

Yetish, que estudia el sueño en sociedades a pequeña escala, ha colaborado en investigaciones con Samson. “Creo que el sueño social, como él lo describe, es una solución al problema de mantener la seguridad durante la noche”, dice Yetish. Sin embargo, agrega, “no creo que sea la única solución”.

Señala que los tsimane a veces tienen paredes en sus casas, por ejemplo, lo que proporcionaría cierta seguridad sin un vigía humano. Y Yetish ha hecho que personas en los grupos que estudia le digan por la mañana exactamente qué animales escucharon durante la noche. Los sonidos despiertan a la mayoría de las personas por la noche, ofreciendo otra posible capa de protección.

Dormir en grupos, haya amenazas de depredadores o no, también es una extensión natural de la forma en que las personas en sociedades de pequeña escala viven durante el día, dice Yetish. “En mi opinión, la gente casi nunca está sola en este tipo de comunidades”.

Yetish describe una velada típica con los tsimane: Después de pasar el día trabajando en varias tareas, un grupo se reúne alrededor de una fogata mientras se cocina la comida. Comparten una comida, luego se quedan junto al fuego en la oscuridad. Los niños y las madres se van alejando paulatinamente para dormir, mientras otros se quedan despiertos, hablando y contando historias.

Y Yetish sugiere que los humanos antiguos podrían haber cambiado algunas horas de sueño por compartir información y cultura alrededor de un fuego menguante. “De repente has hecho que estas horas de oscuridad sean bastante productivas”, dice. Nuestros antepasados pueden haber comprimido su sueño en un período más corto porque tenían cosas más importantes que hacer en las noches que descansar.

Durmientes insatisfechos

Cuánto dormimos es una cuestión diferente, por supuesto, de cuánto deseamos haber dormido. Samson y otros preguntaron a los participantes del estudio de personas hadza cómo se sentían acerca de su propio sueño. De 37 personas, 35 dijeron que durmieron “lo suficiente”, informó el equipo en 2017. La cantidad promedio que durmieron en ese estudio fue de aproximadamente 6,25 horas por noche. Pero se despertaban con frecuencia y necesitaban más de 9 horas en la cama para dormir esas 6,25 horas.

Por el contrario, un estudio de 2016 de casi 500 personas en Chicago descubrió que pasaban casi todo el tiempo en la cama durmiendo y dormían al menos tanto como los hadza. Sin embargo, casi el 87 % de quienes respondieron una encuesta de 2020 a adultos estadounidenses dijo que al menos un día a la semana no se sentían descansados.

¿Por qué no? Samson y Yetish dicen que nuestros problemas para dormir pueden tener que ver con el estrés o ritmos circadianos fuera de control. O tal vez estamos echando de menos la cercanía de la multitud con la que evolucionamos nuestra forma de dormir, dice Samson. Cuando luchamos por obtener horas de sueño, podríamos estar experimentando un desajuste entre cómo evolucionamos y cómo vivimos ahora. “Básicamente estamos aislados, y esto podría estar influyendo en nuestro sueño”, dice.

Una mejor comprensión de cómo evolucionó el sueño humano podría ayudar a las personas a descansar mejor, dice Samson, o ayudarlos a sentirse mejor con el descanso que están consiguiendo. 

“A muchas personas en el Norte global y Occidente les gusta problematizar su sueño”, dice. Pero tal vez el insomnio, por ejemplo, sea realmente hipervigilancia —un superpoder evolutivo—. “A lo mejor eso fue realmente adaptativo cuando nuestros antepasados dormían en la sabana”.

Yetish dice que estudiar el sueño en sociedades de pequeña escala ha cambiado “completamente” su propia perspectiva.

“Hay mucho esfuerzo consciente y atención puesta en dormir en Occidente que no es lo mismo en estos entornos”, dice. “La gente no está tratando de dormir una cierta cantidad de tiempo. Solo duermen”.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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