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CRÉDITO: ALBERT JOSEPH MOORE / DOMINIO PÚBLICO

Las personas que duermen poco están genéticamente predispuestas a dormir menos.

Los que necesitan dormir poco

Hay quienes duermen entre cuatro y seis horas por noche y no parecen sufrir efectos adversos. Resulta que su genética les permite necesitar menos horas de sueño que el resto de las personas.


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Todo el mundo ha oído alguna vez que es vital dormir entre siete y nueve horas por noche, una recomendación tan repetida que se ha convertido en evangelio. Si se duerme menos, hay más probabilidades de sufrir problemas de salud a corto y largo plazo: problemas de memoria, metabólicos, depresión, demencia, cardiopatías o debilidad del sistema inmunitario.

Sin embargo, en los últimos años, los científicos han descubierto una raza poco común que duerme poco y no sufre las consecuencias.

Las personas con sueño corto, como se le conoce, están genéticamente programados para necesitar solo de cuatro a seis horas de sueño por noche. Estas personas atípicas sugieren que lo que importa es la calidad, no la cantidad. Si los científicos pudieran averiguar qué es lo que estas personas hacen de forma diferente, podrían comprender mejor la naturaleza misma del sueño.

“La conclusión es que no entendemos qué es el sueño, y mucho menos para qué sirve. Es bastante increíble, teniendo en cuenta que una persona promedio duerme un tercio de su vida”, afirma Louis Ptáček, neurólogo de la Universidad de California en San Francisco.

Los científicos pensaban que dormir era poco más que un periodo de descanso, como apagar una computadora para preparar el trabajo del día siguiente. Thomas Edison consideraba el sueño una pérdida de tiempo — “una herencia de la época de las cavernas”— y afirmaba que nunca dormía más de cuatro horas por noche. Su invención de la bombilla incandescente fomentó la reducción de las horas de sueño en otras personas. Hoy en día, un número históricamente alto de adultos estadounidenses duermen menos de cinco horas por noche.

Pero la investigación moderna sobre el sueño ha demostrado que este es un proceso activo y complicado que no necesariamente queremos interrumpir. Durante el sueño, los científicos sospechan que nuestros cuerpos y cerebros reponen reservas de energía, eliminan residuos y toxinas, podan sinapsis y consolidan recuerdos. Por eso, la privación crónica de sueño puede tener graves consecuencias para la salud.

La mayor parte de lo que sabemos sobre el sueño y la privación del sueño procede de un modelo propuesto en los años setenta por un investigador húngaro-suizo llamado Alexander Borbély. Su modelo del sueño basado en dos procesos describe la interacción de dos sistemas distintos —el ritmo circadiano y la homeostasis del sueño— que determinan cuándo y cuánto dormimos. El reloj circadiano dicta el ciclo de 24 horas de sueño y vigilia, guiado por señales externas como la luz y la oscuridad. La homeostasis del sueño, por su parte, se rige por una presión interna que aumenta mientras estamos despiertos y disminuye mientras dormimos.

Un gráfico muestra el modelo de dos procesos de regulación del sueño. Las flechas muestran la influencia homeostática, que aumenta durante el día y disminuye por la noche. Otras flechas muestran la influencia circadiana. Los niveles de alerta y de melatonina se muestran mediante dos curvas.

Representación esquemática del modelo de dos procesos de regulación del sueño. La influencia homeostática, también conocida como presión del sueño, aumenta durante la vigilia y disminuye durante el sueño. La influencia circadiana, o reloj circadiano, regula los patrones de somnolencia y vigilia a lo largo de las 24 horas del día. Juntos, los dos procesos interactúan para gobernar nuestro ciclo sueño-vigilia. (La curva amarilla representa la propensión a despertarse, mientras que la curva azul representa la propensión a dormir, determinada por los niveles de la hormona melatonina).

Hay variaciones en estos patrones. “Siempre hemos sabido que hay alondras matutinas y búhos nocturnos, pero la mayoría de la gente se sitúa entre ambos extremos. Siempre hemos sabido que hay personas que duermen poco y otras que duermen mucho, pero la mayoría de la gente se sitúa entre ambas”, dice Ptáček. “Han estado ahí, pero la razón de que no se hayan reconocido es que estas personas no suelen ir al médico”.

Eso cambió cuando Ptáček y su colega Ying-Hui Fu, genetista humano y neurocientífico de la UC San Francisco, conocieron a una mujer que sentía que su horario de sueño temprano era una maldición. La mujer se despertaba de forma natural en la madrugada, cuando hacía “frío, estaba oscuro y solitario”. Sus nietas heredaron sus mismos hábitos de sueño. Los investigadores identificaron la mutación genética de este raro tipo de alondra matutina y, tras publicar sus hallazgos, surgieron miles de madrugadores extremos más.

Pero Fu recuerda que le intrigaba una familia que no encajaba en el patrón. Estos miembros de la familia se levantaban temprano pero no se acostaban temprano, y se sentían descansados después de dormir solo unas seis horas. Fueron las primeras personas identificadas con sueño corto natural familiar, una afección que se da en familias como otros rasgos genéticos. Fu y Ptáček atribuyeron su somnolencia abreviada a una mutación en un gen llamado DEC2.

“Cualquier cosa que su cuerpo necesite hacer con el sueño, pueden conseguirlo en poco tiempo”.

— YING-HUI FU

Los investigadores introdujeron genéticamente la mutación DEC2 en ratones y demostraron que los animales necesitaban dormir menos que sus compañeros de camada. Y descubrieron que una de las funciones del gen es ayudar a controlar los niveles de una hormona cerebral llamada orexina, que favorece la vigilia. Curiosamente, la deficiencia de orexina es una de las principales causas de la narcolepsia, un trastorno del sueño caracterizado por episodios de somnolencia diurna excesiva. Sin embargo, en las personas con sueño corto, la producción de orexina parece estar aumentada.

Con el tiempo, el equipo ha identificado siete genes asociados al sueño corto natural. En una familia con tres generaciones de durmientes cortos, los investigadores descubrieron una mutación en un gen llamado ADRB1, muy activo en una región del tronco encefálico, la protuberancia dorsal, que interviene en la regulación del sueño. Cuando los científicos utilizaron una técnica para estimular esa región cerebral en ratones, despertándolos de su sueño, los ratones con la mutación ADRB1 se despertaron más fácilmente y permanecieron despiertos más tiempo.

En una pareja de padre e hijo que dormían poco, los investigadores identificaron una mutación en otro gen, el NPSR1, que interviene en la regulación del ciclo sueño/vigilia. Cuando crearon ratones con la misma mutación, comprobaron que los animales pasaban menos tiempo durmiendo y, en las pruebas de comportamiento, carecían de los problemas de memoria que suelen seguir a una noche de poco sueño.

El equipo también halló dos mutaciones distintas en un gen llamado GRM1, en dos familias no emparentadas con ciclos de sueño acortados. De nuevo, los ratones modificados con esas mutaciones dormían menos, sin consecuencias evidentes para la salud.

Al igual que los ratones, las personas que duermen poco por naturaleza parecen ser inmunes a los efectos nocivos de la privación de sueño. En todo caso, les va extraordinariamente bien. La investigación sugiere que estas personas son ambiciosas, enérgicas y optimistas, con una notable resistencia al estrés y umbrales más altos para el dolor. Incluso podrían vivir más.

Basándose en los resultados obtenidos en personas con sueño corto, algunos investigadores creen que puede haber llegado el momento de actualizar el antiguo modelo de dos procesos del sueño, que es como Ptáček desarrolló la idea de una tercera influencia. El modelo actualizado podría desarrollarse así: Por la mañana, el reloj circadiano indica que es hora de empezar el día y la homeostasis del sueño señala que se ha dormido lo suficiente para salir de la cama. A continuación, un tercer factor —el impulso conductual— impulsa a la persona a salir a trabajar, a buscar pareja o a buscar sustento. Por la noche, el proceso se invierte para calmar el cuerpo y conciliar el sueño.

Tal vez los que duermen poco tengan tanta motivación que sean capaces de superar los procesos innatos que mantienen a los demás en la cama. Pero también puede ser que, de alguna manera, los cerebros de los que duermen poco estén hechos para dormir de forma tan eficiente que sean capaces de hacer más con menos.

Sueño eficiente

“No es que haya algo mágico en sus siete u ocho horas”, dice Phyllis Zee, directora del Centro de Medicina Circadiana y del Sueño de la Universidad Northwestern, cerca de Chicago. Zee puede imaginar innumerables formas en que los cerebros de los que duermen poco podrían ser más eficientes. ¿Tienen más sueño de ondas lentas, la fase del sueño más reparadora? ¿Generan mayores cantidades de líquido cefalorraquídeo, el líquido que baña el cerebro y la médula espinal, lo que les permite deshacerse de más productos de desecho? ¿Su ritmo metabólico es diferente, lo que les ayuda a entrar y salir del sueño más rápidamente?

“Se trata de eficiencia, de eficiencia del sueño —así es como me siento—”, dice Fu. “Cualquier cosa que su cuerpo necesite hacer con el sueño, pueden conseguirlo en poco tiempo”.

Una fotografía histórica muestra a un hombre con traje blanco durmiendo en el césped mientras otros dos hombres están sentados en tumbonas detrás de él leyendo periódicos.

Aunque Thomas Edison afirmaba que nunca dormía más de cuatro horas por noche, era muy aficionado a las siestas, que creía que estimulaban la creatividad. Aquí, duerme en la hierba en compañía del empresario Harvey S. Firestone y del 29ø presidente de EE.UU., Warren G. Harding.

CRÉDITO: BK1BENNETT / FLICKR

Estudios recientes de Fu y Ptáček sugieren que las personas con sueño corto por naturaleza pueden ser más eficientes a la hora de eliminar los agregados cerebrales tóxicos que contribuyen a trastornos neurodegenerativos como la enfermedad de Alzheimer. Los investigadores cruzaron ratones con genes de sueño corto con ratones portadores de genes que predisponen al alzhéimer. Los ratones con alzhéimer desarrollaron una acumulación de proteínas anormales —placas amiloides y ovillos tau— que, en humanos, son características de la demencia. Pero los cerebros de los ratones híbridos desarrollaron menos ovillos y placas, como si las mutaciones del sueño protegieran a los animales.

Fu cree que, si realizara estudios similares en modelos de cardiopatías, diabetes u otras enfermedades asociadas a la falta de sueño, obtendría resultados parecidos.

Secretos más profundos del sueño

Aún no está claro cómo los genes del sueño corto identificados hasta ahora protegen a las personas de los efectos nocivos del sueño deficiente, ni cómo las mutaciones de estos genes hacen que el sueño sea más eficiente. Para encontrar la respuesta, Fu y Ptáček empezaron a llevar a durmientes cortos a su laboratorio conjunto para medir sus ondas cerebrales mientras dormían. Su estudio sobre el sueño fue suspendido a causa de la pandemia, pero están ansiosos por volver a ponerlo en marcha.

Los investigadores también están interesados en conocer otros valores atípicos del sueño. La duración del sueño, como la mayoría de los comportamientos, sigue una curva en forma de campana. Los que duermen poco se sitúan en un extremo de la curva, y los que duermen mucho, en el otro. Fu ha descubierto una mutación genética asociada al sueño prolongado, pero es difícil estudiar a los que duermen mucho porque sus horarios no se ajustan a las normas y exigencias de la sociedad. A menudo se ven obligados a madrugar para ir a la escuela o al trabajo, lo que puede privarles del sueño y contribuir a la depresión y otras enfermedades.

Pero, aunque el sueño tiene un fuerte componente genético, también puede estar condicionado por el entorno. Saber que es posible dormir mejor y conocer sus causas podría abrir el camino a intervenciones para optimizar el sueño, lo que permitiría a más personas vivir más tiempo y con mejor salud.

El laboratorio de Zee, por ejemplo, ha probado a utilizar la estimulación acústica para estimular las ondas lentas del sueño profundo, que mejoran el procesamiento de la memoria y pueden ser uno de los secretos del éxito de los que duermen poco. En un estudio, reprodujeron ruido rosa —un sonido más suave y natural que el ruido blanco, más parecido a la lluvia o al océano— mientras los participantes dormían. Al día siguiente, esos participantes recordaban más en una prueba de aprendizaje y recuerdo de pares de palabras. “Podemos mejorar la memoria, pero no hacemos que duerman más o menos”, afirma Zee. “Creo que queda mucho por aprender”.

Por ahora, los investigadores recomiendan que la gente se centre en dormir la cantidad de horas que necesita, reconociendo que será diferente para cada persona. Ptáček sigue erizándose cuando oye a alguien predicar que todo el mundo tiene que dormir ocho horas por noche. “Es como decir que toda la población tiene que medir 1,70 metros”, afirma. “La genética no funciona así”.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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