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CRÉDITO: DAVIDE BONAZZI / THEISPOT

Investigadores estudian por qué ha aumentado tanto la hostilidad entre grupos con diferentes inclinaciones políticas.

Divididos nos encontramos: el auge de la animadversión política

Investigadores se han asomado al abismo partidista. Esto es lo que han descubierto.


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A menudo se dice que Estados Unidos nunca ha estado tan dividido. Atrás quedaron los días en que los políticos negociaban acuerdos de forma rutinaria, y los votantes republicanos y demócratas podían estar en desacuerdo en política y aun así sentarse en la misma mesa y llevarse bien. En su lugar, la polarización ha transformado el proceso democrático, que antaño prosperaba gracias al compromiso y el diálogo respetuoso, en un campo de batalla de disfunción y animadversión en el que el ganador se lo lleva todo.

El Congreso, sumido en un bloqueo perpetuo, lucha por aprobar incluso la legislación más esencial, socavando los principios de la democracia. Este estancamiento legislativo refleja una tendencia social más amplia en la que los estadounidenses ven cada vez más a quienes tienen opiniones opuestas no solo como adversarios, sino como enemigos.

Esta revelación ha llevado a los estudiosos a reevaluar los supuestos históricos sobre lo que nos divide como ciudadanos: ¿Es el nacionalismo antiinmigración lo que nos empuja hacia los polos, o es el abismo cada vez mayor de la desigualdad? ¿Podría ser culpa de la virulencia incontrolada en Internet y de la disminución del papel de control de los medios de comunicación tradicionales? ¿O tal vez sea el atractivo del liderazgo de un hombre fuerte en tiempos de incertidumbre?

Estas profundas divisiones, que se han intensificado desde los años ochenta, se consideraban antes una saga principalmente estadounidense, y muchos expertos culpaban al inusual sistema bipartidista del país. Pero en la última década, los politólogos han descubierto una tendencia similar en todo el mundo, no solo en países con dos partidos políticos invariablemente dominantes, sino en naciones con diversas composiciones sociales, estructuras de gobierno y niveles de desarrollo económico. Se han observado divisiones de este tipo en democracias multipartidistas consolidadas como Suiza, Dinamarca y Nueva Zelanda, y en economías emergentes como Bulgaria, Turquía, la República Checa y Polonia.

Aunque no existe una única explicación de por qué los países de todo el mundo se están deshilachando en extremos, hallazgos recientes sugieren un denominador común: a saber, que el motor clave de la polarización tiene que ver más con las emociones y la identidad que con las posiciones políticas, un fenómeno conocido como “polarización afectiva”. Los investigadores se centran cada vez más en cómo los vínculos emocionales y de identidad de las personas con sus grupos políticos alimentan la hostilidad hacia la oposición.

Este cambio en la comprensión pone de relieve que la división no se limita a las opiniones divergentes sobre los temas. Está profundamente arraigada en la percepción de los oponentes políticos como amenazas a la propia forma de vida y a los valores fundamentales.

Érase una vez una época más amistosa

Estados Unidos no siempre estuvo tan polarizado. De hecho, hubo un tiempo en que algunos expertos sostenían que la política estadounidense no estaba suficientemente polarizada. En la década de los años cincuenta, la Asociación Americana de Ciencias Políticas publicó un estudio en el que concluía que los partidos debían ser más distintos y coherentes. “Lo que los politólogos decían en los años cincuenta era: ‘Nadie puede distinguir entre nuestros partidos, nadie sabe por quién votar, porque no lo estamos dejando claro, y por eso tenemos que ser más diferentes’”, afirma la psicóloga política Lilliana Mason, de la Universidad Johns Hopkins, coautora del libro de 2022 Radical American Partisanship: Mapping Violent Hostility, Its Causes, and the Consequences for Democracy (El partidismo radical estadounidense: cartografía de la hostilidad violenta, sus causas y las consecuencias para la democracia).

Ese informe de los años cincuenta fue ampliamente criticado por la comunidad de politólogos de la época, pero las décadas siguientes pondrían en marcha cambios sociopolíticos que, con el tiempo, cumplirían con creces su visión.

Los años sesenta fueron el punto de partida de una alineación más nítida en la política estadounidense, ya que la legislación sobre derechos civiles impulsó a muchos demócratas sureños a pasarse al Partido Republicano, iniciando una clasificación que acabó agrupando a los conservadores económicos y raciales. Hoy en día, la creciente diferenciación partidista es inconfundible en el Congreso. Entre los años cincuenta y setenta, los congresistas típicos votaban con su partido en cuestiones controvertidas solo en más del 60 % de las ocasiones; en los noventa, esta cifra superó el 80 % y, desde 2000, ha superado el 87 %.

En 2023, el senador demócrata promedio votó con el presidente Biden el 99 % de las veces en cuestiones en las que Biden tenía una postura clara, según el sitio web de encuestas 538, propiedad de ABC News. En la Cámara de Representantes, esa cifra fue del 93 %, mientras que el republicano promedio votó con el presidente solo el 5 % de las veces.

Sin embargo, eso no significa que los políticos estén más distanciados en cuestiones políticas que en el pasado, afirma Frances Lee, politóloga que actualmente trabaja en la Universidad de Princeton y que escribió sobre el efecto de la polarización partidista en la gobernanza en el número de 2015 del Annual Review of Political Science. Lo que a menudo se pasa por alto, explica Lee, son los cambios en el alcance de las cuestiones políticas a lo largo del tiempo. Por ejemplo, aunque las mediciones muestren una división partidista cada vez mayor sobre lo que se categoriza como cuestiones de derechos civiles, muchas de las votaciones actuales tienen efectos más limitados que la legislación de derechos civiles de los años sesenta. Esto dificulta las comparaciones históricas.

De hecho, añade Lee, aunque algunas mediciones sugieren una mayor división, lo que en realidad muestran es simplemente que el comportamiento de voto de los políticos se ha vuelto más predecible. A diferencia del apoyo bipartidista a la Ley de Derechos Civiles de 1964, por ejemplo, los políticos de hoy tienden a votar estrictamente con su partido en temas divisivos. Votar con el equipo de uno puede haberse convertido en algo más importante que la política.

Un terreno común ignorado

También es posible que los ciudadanos no estén tan alejados en política como se cree.

Por ejemplo, un estudio de 2022 publicado en The Journal of Politics muestra que los estadounidenses subestiman gravemente el grado de extremismo ideológico de los votantes del partido contrario. Los autores encuestaron a más de 13.000 estadounidenses seleccionados para reflejar la demografía de la población estadounidense. El 49 % de los encuestados afirmó que los votantes del partido contrario son extremistas en sus posiciones políticas y discuten frecuentemente sobre política; en realidad, solo el 14 % de los votantes se comporta de esa manera.

“Una cosa que sabemos es que es una porción muy pequeña del público la que tiene unas raíces ideológicas auténticas y profundas”, afirma Matthew Levendusky, politólogo de la Universidad de Pensilvania y coautor del estudio. “Si se pudiera hacer un examen de redacción y pedir a la gente que explicara el liberalismo y el conservadurismo, eso sería del dominio de un pequeño grupo de activistas políticos y aficionados a la política”.

Dos gráficos de barras muestran claramente que la gente sobrestima el extremismo político de quienes apoyan al otro partido, y cree que hablan de política mucho más de lo que lo hacen.

Los estadounidenses suelen tener una percepción errónea de las personas con distintas lealtades políticas. Los participantes en esta encuesta comunicaron su percepción del miembro “típico” del partido rival: cuán extremas eran sus posiciones ideológicas y con qué frecuencia participaban en discusiones políticas. Estas valoraciones se compararon con el comportamiento real de los encuestados.

El resto de nosotros no podríamos explicar la filosofía subyacente de nuestras posiciones políticas. Más bien, dice Levendusky, la gente mira a su partido en busca de orientación sobre las posturas que debe adoptar, como estar a favor de un control más estricto de las armas y de la política climática si se es demócrata y estar a favor de los derechos de las armas y en contra de los impuestos si se es republicano.

En otras palabras, a medida que los políticos daban más prioridad a la lealtad al partido que a la deliberación política, el electorado seguía su ejemplo. En los noventa y principios de la década de 2000, el Partido Republicano se había convertido en el bando de la América cristiana blanca, mientras que el Partido Demócrata se había convertido en una mezcla de todos los demás, afirma Mason. Geográficamente, la división creció: mientras que los miembros de los distintos partidos solían reunirse en la iglesia o en el supermercado local, los demócratas se identificaban cada vez más con las zonas urbanas y costeras, y los republicanos con las regiones rurales y del corazón del país.

Como resultado, la afiliación a un partido evolucionó más allá de la preferencia política y se vinculó a identidades raciales, religiosas, culturales y geográficas, escribieron Mason y la coautora Julie Wronski en un artículo de 2018. Esta alineación, señalaron, intensificó la lealtad al propio partido y disminuyó la tolerancia hacia los partidarios opuestos. El creciente enfoque en la identidad en la política estadounidense ha sido evidente en la última década, reflejado en las prioridades políticas, las estrategias de campaña, la cobertura de los medios y las acciones de los movimientos sociales.

Curiosamente, la investigación de Mason y Wronski sugiere —a pesar de lo que afirman algunos comentaristas— que los republicanos son más susceptibles a la política basada en la identidad que los de izquierdas, debido a la homogeneidad social de su partido.

Mason también señala que incluso cuando republicanos y demócratas coinciden en política, estas identidades pueden fomentar la animosidad. Para ella, en lugar de sopesar cuidadosamente las políticas de un determinado partido, los simpatizantes se están convirtiendo solo en eso: simpatizantes. En esencia, estamos actuando más como los seguidores de un equipo de fútbol que van a un partido que como un banquero que elige cuidadosamente sus inversiones, afirma.

Tres gráficos muestran cómo ha cambiado el apoyo a los partidos Demócrata y Republicano entre varios grupos entre 1972 y 2016.

Los partidos Demócrata y Republicano se han ido diferenciando cada vez más en su composición demográfica e ideológica. El Partido Demócrata ha visto crecer la representación de negros, hispanos, laicos y liberales, pasando de ser una coalición predominantemente blanca a otra caracterizada por la diversidad y la inclusión de grupos no tradicionales. Por el contrario, el Partido Republicano ha solidificado su base entre blancos, cristianos y conservadores, reforzando un perfil homogéneo. Esta clara clasificación demográfica ha dado lugar a una visión ampliamente aceptada de los demócratas como campeones de la diversidad racial, el secularismo religioso y el liberalismo, mientras que los republicanos se identifican generalmente como conservadores cristianos blancos.

Tomar la temperatura política

Otros investigadores también han llegado a la conclusión de que la polarización de masas en Estados Unidos tiene menos que ver con la división basada en políticas y más con que a la gente le gusta su propio bando político y le disgusta el contrario. Un artículo de 2019 en el Annual Review of Political Science, del que Levendusky es coautor, muestra que esa polarización afectiva ha aumentado drásticamente en las últimas cuatro décadas. Utilizando datos de encuestas del American National Election Study (ANES), la revisión midió los sentimientos de calidez o frialdad hacia el partido propio y el partido opuesto en una escala de “termómetro de sentimientos” de 0 a 100.

La polarización afectiva, calculada como la diferencia entre estas valoraciones, pasó de 22,64 grados en 1978 a 40,87 grados en 2016. Mientras que los sentimientos cálidos hacia el propio partido se mantuvieron estables en torno a 70, el sentimiento hacia el partido contrario empeoró significativamente, cayendo desde los altos 40 grados hasta solo por encima de 25.

Datos más recientes de la ANES muestran que entre 2016 y 2020, tanto los sentimientos cálidos hacia el propio partido como los sentimientos fríos hacia la oposición aumentaron aún más, con una polarización afectiva que saltó de 41 a 52,2 grados.

Un gráfico que abarca desde los años setenta hasta 2020 muestra los sentimientos hacia el partido propio y los sentimientos hacia el partido rival en dos líneas separadas. La línea de “sentimientos hacia el partido rival” ha caído en picado en los últimos años. No se refleja en un aumento igual de los sentimientos positivos hacia el propio partido.

Los sentimientos negativos hacia el partido rival han empeorado significativamente, mientras que los sentimientos positivos hacia el propio partido se han mantenido relativamente estables. La tendencia ilustra el aumento de la polarización afectiva, con sentimientos partidistas cada vez más negativos hacia la oposición.

Los investigadores han encontrado pruebas de una dinámica similar en otros países. Por ejemplo, un estudio de 2019 —que utilizó el mismo sistema de puntuación del termómetro de sentimientos— evaluó los sentimientos de los simpatizantes hacia sus partidos preferidos y contrarios en 22 democracias europeas y en Estados Unidos entre 2005 y 2016. Descubrió que la polarización afectiva estaba muy presente en los sistemas de partidos europeos, especialmente en Europa Central y Oriental y en el sur de Europa.

Al igual que en Estados Unidos, el odio entre los votantes europeos no está necesariamente relacionado con la división política, según el estudio. Pero el vínculo entre ambos parece ser más fuerte en las democracias occidentales estructuradas, con un claro espectro izquierda-derecha, como Alemania y Suecia, señala el politólogo Andres Reiljan, del Instituto Universitario Europeo de Florencia, autor del estudio. Por el contrario, en países más pobres y menos estables como Bulgaria y Montenegro, cuestiones como la corrupción y la incompetencia percibida podrían ser más propicias al odio que las divisiones políticas, sugiere el estudio.

Un estudio realizado en 2021 en 51 países arrojó resultados similares, con países como Bulgaria, Eslovaquia y la República Checa entre las naciones más polarizadas, mientras que Islandia, Finlandia y los Países Bajos parecían significativamente menos divididos. Curiosamente, estos dos estudios mostraron a Estados Unidos como solo moderadamente polarizado en comparación con otros países, pero Reiljan, por su parte, señala que, en su estudio, la categorización se basó en cifras de 2016. “Ahora, con nuestros datos más recientes, diré que sí, que comparativamente también está muy polarizado”, afirma. “Y está aumentando más rápido, diría yo, que en la mayoría de los demás países”.

La sospecha de Reiljan recibe apoyo de un estudio que mide las tendencias en 12 países de la OCDE en los últimos 40 años. De los países incluidos, EE.UU. experimentó el mayor aumento de la polarización. Un estudio realizado en 2023 con los últimos datos disponibles mostró resultados similares, con Estados Unidos a la cabeza de la polarización si se mide a todo el electorado, mientras que la polarización afectiva aumentó de forma más notable en Estados Unidos y Alemania entre quienes declaran tener una identidad partidista.

La identidad y la emoción marcan el camino

Una posible explicación de la intensidad del odio partidista en Estados Unidos procede de un estudio de 2022 publicado en el British Journal of Political Science. Examinando datos de 20 democracias occidentales desde mediados de los noventa, descubrió que la ira de la gente por desacuerdos políticos en cuestiones como la migración, la religión y los derechos LGBTQ+ se ha intensificado más que los desacuerdos sobre cuestiones económicas.

Estas conclusiones apuntan a lo que otros estudiosos han propuesto en el contexto estadounidense: que la polarización actual tiene mucho que ver con la identidad y la emoción. Los temas más centrales de la política, como el derecho al aborto o la política racial, son esencialmente cuestiones basadas en la identidad, afirma Mason. “Y cuando la cuestión se refiere a un grupo, a su propia existencia o estatus, o a si se les respeta en pie de igualdad como estadounidenses, o si tienen los mismos derechos que los demás estadounidenses, no se siente como un problema para esa persona. Se siente como una amenaza existencial”.

“Ese cambio, de debates sobre economía a debates sobre cuestiones culturales, según nuestra investigación, ha sido más drástico en Estados Unidos”, afirma James Adams, politólogo de la Universidad de California en Davis y coautor del estudio del British Journal of Political Science. “Esa puede ser una de las razones por las que la polarización afectiva se ha intensificado drásticamente en Estados Unidos en los últimos 25 años aproximadamente”.

Los partidos de toda Europa también se han centrado en cuestiones culturales, especialmente los líderes populistas que aprovechan temas explosivos para aglutinar a los votantes. Pero, aunque la mayoría de los expertos consideran que el auge de los partidos extremistas es un factor clave de la polarización, los estudios pueden no reflejarlo plenamente. Medir la polarización afectiva en el contexto multipartidista que se observa en muchos países europeos es un reto porque las métricas tradicionales, como el termómetro de sentimientos, están diseñadas para sistemas bipartidistas. En los sistemas multipartidistas, los votantes pueden odiar intensamente a un partido pero sentirse neutrales hacia los demás, lo que diluye la puntuación final.

Una serie de 12 gráficos muestra la evolución de la polarización afectiva entre 1980 y 2020 en 12 países. La línea de tendencia más pronunciada es la de EE.UU., pero también la de Suiza, Francia, Dinamarca, Canadá y Nueva Zelanda. En Japón, Australia, Gran Bretaña, Noruega, Suecia y Alemania, la tendencia es descendente en distintos grados.

Estados Unidos ha experimentado el crecimiento más rápido de la polarización afectiva desde 1980 entre los 12 países de la OCDE considerados en este estudio de 2024, mientras que otros cinco países experimentaron aumentos menores de la polarización y seis experimentaron descensos de la polarización.

A pesar de ello, se observa una clara tendencia a la polarización, con estos partidos populistas intensamente detestados fortaleciéndose y detestando a su vez a la corriente dominante, afirma el politólogo Markus Wagner, de la Universidad de Viena, especializado en la investigación de la competencia entre partidos y el comportamiento político.

Las campañas negativas ahondan la división

Las investigaciones sugieren que la polarización afectiva también se ve alimentada por las campañas negativas, que se han convertido en un elemento básico de la comunicación electoral moderna. Un trabajo de 2024 que analiza encuestas y 17 elecciones entre 2016 y 2020 descubrió que los ataques de los líderes políticos —a las políticas, los antecedentes o el carácter de los oponentes— exacerban la polarización afectiva. Este efecto es más pronunciado entre quienes tienen fuertes inclinaciones partidistas.

Alessandro Nai, coautor del estudio y especializado en comunicación política en la Universidad de Ámsterdam, explica que todo el sistema forma parte de una espiral tóxica, en la que el aumento de la agresividad entre los políticos radicaliza al público, y el público —que ahora está más radicalizado— exige más agresividad a los políticos. Nai también tiene pruebas de que los seguidores más extremistas y populistas son más propensos a apreciar los mensajes negativos de las campañas, encontrándolos más divertidos y justos que los ciudadanos moderados, y son más propensos a responder a esos mensajes con una mayor polarización afectiva. Las personas que se sitúan en los extremos populistas obtienen puntuaciones más altas en rasgos como la agresividad, el narcisismo y la insensibilidad en los estudios, señala Nai, y añade que, por tanto, es más probable que una persona “fría” se trague el libro de jugadas agresivas de los políticos.

Y lo que es más importante, algunas de las investigaciones preliminares de Nai sugieren también que los mensajes negativos del propio bando suscitan más antipatía que los ataques de los adversarios. En otras palabras, si el político preferido ataca al adversario, la polarización afectiva aumenta mucho más que si el adversario ataca al político preferido.

Una mujer rubia frente a un atril con los brazos en alto mientras gente con camisetas de “Marine” ondea banderas francesas y pide que sea presidenta. En el atril está escrito “si le peuple vote, le peuple gagne” (si el pueblo vota, el pueblo gana).

Marine Le Pen, líder de la derechista Agrupación Nacional (Rassemblement National), se dirige a sus simpatizantes durante la campaña presidencial francesa de 2022.

CRÉDITO: MAXPPP / ALAMY STOCK PHOTO

Esto podría ser especialmente cierto en el actual entorno de medios de comunicación virales, segmentados y en silos. En su artículo de 2022 en el Journal of Politics sobre cómo los estadounidenses sobreestiman el extremismo político de los demás, Levendusky y sus coautores sugieren que la imagen caricaturesca de “la otra parte” como ideólogos extremos está alimentada por las redes sociales, donde gran parte del contenido político es creado por personas desproporcionadamente comprometidas con la política.

Como resultado, lo que viene a la mente de la gente cuando piensa en los del otro partido, según el estudio, son “fervientes partidarios defendiendo sus casos”, en lugar de vecinos o colegas que rara vez hablan de política. La atención que los medios de comunicación prestan a los conflictos políticos ha reforzado aún más este estereotipo partidista.

Intervenciones sencillas pero eficaces

Los efectos negativos de la polarización son evidentes. Cuando las instituciones democráticas se ven como campos de batalla para cuestiones existenciales en lugar de arenas para la formulación de políticas razonadas, se produce un estancamiento en la labor legislativa, los poderes judiciales se llenan de personas leales y se erosionan las normas democráticas. A la confianza institucional se añade una crisis de confianza interpersonal: el civismo se sustituye por la hostilidad a medida que se deteriora el discurso público, al tiempo que se abre la puerta a líderes populistas que explotan nuestras emociones con una retórica divisoria e ideologías extremistas.

Expertos de todo el mundo reflexionan entre bastidores sobre cómo sacar a nuestras sociedades del abismo. Es una tarea ingente, sobre todo si se tienen en cuenta problemas subyacentes más amplios. Por ejemplo, la investigación de Adams destaca que la desigualdad y el desempleo impulsan la polarización afectiva, y que los sistemas electorales en los que el ganador se lo lleva todo —como los de Canadá, Gran Bretaña y Estados Unidos— también tienden a exacerbar la animadversión. Se trata de problemas sistémicos y estructurales que no pueden resolverse centrándose únicamente en la polarización. Sin embargo, los investigadores han descubierto que algunas intervenciones, sorprendentemente sencillas, pueden ser muy eficaces.

Un análisis realizado por un consorcio de investigación que estudia el sentimiento antidemocrático identificó 25 formas de reducir la animosidad partidista; de ellas, tres destacaron por ser especialmente prometedoras.

Una de ellas consistió en que los participantes vieran un anuncio en el que parejas de personas con opiniones políticas opuestas estrechaban lazos a pesar de sus diferencias. El vídeo destacaba los desacuerdos en temas como el cambio climático, el feminismo y la identidad transgénero, pero mostraba a las dos personas colaborando y, en última instancia, decidiendo socializar juntas. Esta intervención produjo una disminución del 10,47 % en la animosidad, según las preguntas de la encuesta realizada antes y después de la intervención.

En otra intervención, los participantes leyeron citas de libros que argumentaban que los medios de comunicación crean polarización para maximizar su audiencia y que la mayoría de los demócratas y republicanos forman parte de una “mayoría agotada” que rechaza la polarización. Los participantes también vieron datos que sugerían que un mayor consumo de noticias en los medios de comunicación se correlaciona con percepciones más distorsionadas de las opiniones contrarias. A continuación, se orientó a los participantes sobre cómo retomar el control de la influencia de los medios de comunicación y se les pidió que aconsejaran a otros para lograrlo. El resultado fue una disminución del 10,22 % de la animosidad.

En una tercera intervención, los participantes leyeron sobre el papel fundamental de la democracia en el liderazgo de Estados Unidos en tecnología y cultura, y cómo el partidismo extremo lo amenaza. Aprendieron que los estudios demuestran que la gran mayoría de los estadounidenses apoyan la democracia y que, contrariamente a la creencia popular, la mayoría de los miembros de ambos partidos apoyan las reglas democráticas, desaprueban la violencia y se caen bien. A continuación, se pidió a los participantes que escribieran sobre las dos cosas que más les gustaban de ser estadounidenses. La intervención dio como resultado una disminución del 9,20 % en la animosidad.

Al apelar al sentido de camaradería, la nacionalidad común y la resistencia a los medios de comunicación explotadores, estos sencillos métodos demostraron ser capaces de reducir la animosidad partidista, al menos en los entornos de estudio. En su libro de 2022 sobre el partidismo en Estados Unidos, Mason también señala que intervenciones mínimas pueden tener efectos significativos. “Descubrimos que solo con leer una cita de Joe Biden o Donald Trump que diga que la violencia no está bien, la gente aprueba menos la violencia”, afirma.

Adams hace hincapié en la necesidad de reducir la retórica agresiva entre los líderes, en la que demócratas y republicanos demonizan públicamente al otro bando. Hace referencia a un documento de trabajo sobre las elecciones estadounidenses de 2022 que descubrió una reducción de la toxicidad en Twitter con este método poco habitual: los investigadores informaron a los políticos de que estaban monitorizando sus cuentas y de que sus puntuaciones de toxicidad en los tuits se enviarían a una organización no gubernamental para su posible publicación solo antes de las elecciones.

Otro método eficaz, según Adams, podría ser demostrar a los políticos que la retórica tóxica no les beneficia necesariamente. Un documento de trabajo adicional descubrió que, aunque los políticos que utilizan insultos con frecuencia obtienen más atención mediática, en general obtienen peores resultados que los políticos que se centran en la política: se les asigna a comités menos poderosos, no obtienen mejores resultados en las elecciones y no recaudan más fondos de campaña.

Los investigadores solo están empezando a comprender la prevalencia y las causas de la polarización en todo el mundo. Y aunque no hay una solución milagrosa para cerrar las enormes brechas sociales y políticas que dividen a nuestras sociedades, es un signo esperanzador que el tema haya entrado en la conciencia pública. Hace solo cinco años, dice Adams, pocas revistas académicas prestaban atención a la investigación sobre la polarización afectiva. “Creo que muchos politólogos solo pensaban: ‘Bueno, solo se trata de los sentimientos de la gente’”, afirma. Entonces llegó el 6 de enero y el asalto al Capitolio. “De repente, ahora, todo el mundo se interesa por la polarización afectiva”.

Reiljan cuenta una historia similar: que cuando empezó su investigación como estudiante de doctorado en 2015, apenas había estudios transversales sobre el tema. Hace unos meses, organizó una conferencia sobre polarización en la que se reunieron académicos de toda Europa y Norteamérica para intercambiar ideas sobre estrategias para reducirla.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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