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CRÉDITO: BECKY MATSUBARA / FLICKR

La Troglodytes aedon es una pequeña ave de color café que se encuentra a lo largo de todo el continente americano. Su nombre común cambia según el país: sotorrey criollo, ratona, chotín o cucharero… En Costa Rica se le conoce como soterré cucarachero. Un estudio realizado en ese país centroamericano reveló que estas aves cambian su canto en la ciudad para contrarrestar los efectos del ruido que producimos los humanos.

Las aves cambian su canto en la ciudad

Varias especies de aves que habitan en zonas urbanas han modificado su canto como respuesta a la bulla que generamos los humanos.


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Despunta el alba en San José, la capital de Costa Rica. La ciudad aún duerme, pero a los madrugadores los recibe una hermosa sinfonía: colibríes, come maíz, yigüirros, pechos amarillos, tangaras azulejas, sotorrés cucaracheros, reinitas, entre otras aves, anuncian que ha llegado un nuevo día.

“El canto de las aves tiene dos funciones principales: en machos, es atraer hembras y también defender el territorio de otros machos”, explica Luis Andrés Sandoval Vargas, ornitólogo de la Universidad de Costa Rica. Para las hembras en los trópicos, añade, la función principal del canto es la defensa del territorio.

Así, para poder comunicarse en las ciudades, mantener seguro su territorio y poder encontrar pareja, las aves deben encontrar la forma de contrarrestar los efectos del ruido antropogénico —es decir, la bulla que producimos los humanos—. “El efecto principal del desarrollo urbano en los cantos es que muchas aves cantan a frecuencias más altas”, comenta Sandoval Vargas. Estudios realizados en los últimos tres lustros han encontrado, por ejemplo, que los mirlos (Turdus merula), los carboneros comunes (Parus major) y los chingoles comunes (Zonotrichia capensis) cantan en tonos más agudos, es decir, con frecuencias mínimas más altas, en los entornos urbanos que en los rurales.

Sin embargo, la respuesta de las aves al ruido antropogénico puede ser más compleja. Justo eso fue lo que Sandoval Vargas halló al estudiar los soterrés cucaracheros (Troglodytes aedon). Los sotorrés son aves pequeñas —de unos 10 centímetros de alto y 12 gramos de peso—de color café, que se alimentan de insectos y suelen vivir cerca de los humanos. En Costa Rica, se encuentran en casi todo el país, pero son sobre todo muy abundantes en las ciudades. “Los machos cantan casi todo el año y cantan muchas horas durante el día, y mucho de su comportamiento está mediado por vocalizaciones”, explica Sandoval Vargas. No obstante, lo que las convierte en el sujeto ideal para estudiar cómo se adaptan a los entornos urbanos es que la mayoría de los componentes de su canto se encuentran dentro del mismo rango de frecuencias que el ruido que producimos los humanos.

Durante dos años, aprovechando la época de reproducción de los soterrés —de abril a junio—, el equipo de Sandoval Vargas registró el canto de sotorrés machos en cuatro ubicaciones dentro del área metropolitana de Costa Rica, y guardó registro también el ruido ambiental. Si bien los cuatro sitios se encuentran dentro de zonas urbanas, los niveles de ruido generado por humanos son distintos en cada uno de ellos: van desde muy alto y medio alto, hasta medio bajo y bajo.

Tres imágenes de aves: la primera es un pájaro con plumaje negro, blanco y amarillo; la segunda es un ave completamente negra con pico color naranja; y, la tercera, es un ave de color pardo con pecho blanco.

Los carboneros comunes (Parus major ), mirlos (Turdus merula ) y come maíz o chingolos comunes (Zonotrichia capensis ) también han hecho ajustes a sus cantos cuando se encuentran en ambientes urbanos: todas estas aves cantan en tonos más agudos cuando se encuentran en la ciudad.

CRÉDITO: ANDREW HOWE, LIZ LEYDEN, CHRISTIAN PETERS / ISTOCK.COM

El análisis, cuyos resultados se publicaron en 2020 en el International Journal of Avian Science, se centró en el repertorio de elementos sonoros —la variedad de sonidos únicos que, al combinarse unos con otros, dan forma al canto característico de un ave— producidos por los soterrés.

Tal como esperaban los científicos, los soterrés tendían a cantar con sonidos más agudos en los lugares con más ruido antropogénico. Pero no solo hallaron eso.

También encontraron que, de forma general, el tamaño del repertorio de las aves disminuía a medida que aumentaba el ruido antropogénico, en especial cuando las aves eran expuestas a niveles de ruido antropogénico que estaban por encima del ruido habitual al que estaban acostumbradas. La investigación halló el mismo patrón a nivel individual: un mismo sotorré ofrecía un repertorio de canto más pequeño en días más ruidosos que en días con menos bulla.

Un repertorio reducido no es una buena noticia para el aprendizaje del lenguaje sonoro de estas aves, pues lospájaros cantores necesitan oírse a sí mismos y a otros pájaros para cristalizar su canto. “Lo que pasa ahí es que ellos están perdiendo parte de su vocabulario, parte de sus sonidos, porque no los están produciendo. Y, en estas especies, los juveniles necesitan escuchar a los adultos para aprender a cantar”, explica Sandoval Vargas.

Knowable Magazine · Canto de un sotorré / The song of the house wren

Canto de un soterré (Troglodytes aedon ) en el campus de la Universidad de Costa Rica, en San José, una de las locaciones escogidas por Sandoval Vargas y su equipo para llevar a cabo el estudio.

CRÉDITO: LUIS SANDOVAL VARGAS

Esto, a la larga, puede dificultar la comunicación con sus congéneres de otras poblaciones. Por ejemplo, se puede dar la situación de que se tiene una población grande y otra pequeña, y para conservar a la pequeña, se podrían llevar individuos de una a la otra, explica Sandoval Vargas. “Pero resulta que los individuos de la población pequeña dentro de la ciudad cantan muy diferente a los de la población grande …; no los van a reconocer. Y, al no poder comunicarse, no se pueden reproducir [con ellos]”, afirma Sandoval Vargas.

Con el paso de suficiente tiempo, esto podría inducir procesos de especiación, es decir, que los individuos de la ciudad evolucionen de forma diferente a aquellos que viven en otros tipos de hábitat.

Otras aves recurren a estrategias distintas ante el ruido humano. Los serines verdecillos (Serinus serinus) —un ave común en ciudades españolas— canta por más tiempo cuando hay más ruido en la ciudad. “Compensaban el ruido cantando más tiempo”, dice Mario Díaz Esteban, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales de España, quien dirigió la investigación que hizo este hallazgo en 2011.

Esta táctica, no obstante, tiene sus inconvenientes. “El problema es que, si un individuo tiene que dedicar mucho tiempo a cantar para compensar el ruido, ese tiempo no puede dedicarlo a otras funciones, como buscar comida, buscar pareja y, probablemente la más importante, vigilar a los depredadores”, explica Díaz Esteban.

Pequeña ave color amarillo con pintas negras.

El serín verdecillo (Serinus serinus ) es un ave común en España. Este pájaro compensa el ruido de la ciudad cantando por periodos más largos.

CRÉDITO: CHARLES J. SHARP / WIKIMEDIA COMMONS

El precio de vivir en la ciudad

Las modificaciones en los cantos de los serines verdecillos y los sotorrés son un indicio de que las aves, como muchos otros organismos, se están adaptando poco a poco —y de distintas formas— para tener éxito en ambientes urbanos.

Los ecólogos australianos Mark McDonnell y Amy Hahs apuntaban, en un artículo publicado en el Annual Review of Ecology, Evolution, and Systematics de 2015, que los organismos que poseen la habilidad de alterar su fenotipo —rasgos observables como su morfología, desarrollo o comportamiento— en respuesta a las condiciones ambientales, tienen más probabilidad de sobrevivir en ambientes cambiantes y de adaptarse a nuevas condiciones.

Los cambios en el canto son tan solo una de muchas adaptaciones que las aves presentan al vivir en ciudades. Puede que también levanten vuelo más lentamente. “Hay mucha gente moviéndose en los entornos urbanos y las aves pueden percibir eso como un cierto nivel de riesgo o amenaza ... si un humano se acerca, tendrán una distancia que toleran antes de alzar vuelo”, ejemplifica Hahs, investigadora de la Universidad de Melbourne. Lo mismo podría suceder cerca de mascotas o vehículos, amplía.

Los pájaros de ciudad también cambian su dieta. Hahs recuerda el ejemplo clásico de los herrerillos europeos (Cyanistes caeruleus) que aprendieron a robar leche abriendo botellas, cuando normalmente se alimentan de insectos. “En Australia, el gran ejemplo que tenemos son los ibis, que usualmente se alimentan en humedales, pero han empezado a robar sobros de los basureros”, agrega.

Díaz Esteban comenta que, aunque, por lo general, los efectos de las actividades humanas en las aves pueden ser negativos, también puede haber especies “que se beneficien de la proximidad de los seres humanos, bien porque hay más comida, menos depredadores, o sus competidores aguantan menos la presencia humana”. Sin embargo, reconoce que no hay mucha evidencia de que las modificaciones en el canto representen una ventaja para las aves en ambientes urbanos.

Aunque la presencia humana y la construcción de las ciudades ejercen presión sobre el comportamiento de las aves, hay muchas oportunidades de conservación dentro de las urbes, señalan McDonnell y Hahs, y agregan que es urgente identificar acciones para crear ciudades amigables para la biodiversidad.

“Si somos capaces de reducir algunos de los impactos urbanos en nuestras ciudades, crear más espacios verdes, reducir las islas de calor urbanas a través de la vegetación y otras acciones, [tal como] encontrar formas de hacer que los hábitats estén más conectados”, dice Hahs, “entonces más especies que están presentes en nuestras ciudades encontrarán que el entorno urbano es menos desafiante”.

Nota del editor: Este artículo se actualizó el 10 de noviembre de 2022 para reflejar que el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales de España se apellida Díaz Esteban. En una versión anterior se indicó erróneamente que Esteban era su segundo nombre.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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