Los efectos de la oxitocina no son solo amorosos
DE NUESTRO ARCHIVO: Los neurocientíficos están descubriendo finalmente cómo esta hormona influye en comportamientos sociales como el emparejamiento y el cuidado parental. Es más complicado de lo que se pensaba.
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Esta nota es del archivo de Knowable Magazine. Se publicó originalmente en febrero de 2022.
Cuando el amor está en el aire, ¿qué ocurre en el cerebro? Durante muchos años, los biólogos respondían: “¡Oxitocina!”. Esta pequeña proteína —de solo nueve aminoácidos— se ha llamado a veces “la hormona del amor” porque se ha relacionado con la formación de parejas, el cuidado materno y otros comportamientos sociales positivos similares al amor.
Pero últimamente, los neurocientíficos han revisado sus ideas sobre la oxitocina. Los experimentos con ratones y otros animales de laboratorio sugieren que, en lugar de actuar como desencadenante del comportamiento prosocial, la molécula puede simplemente agudizar la percepción de las señales sociales, de modo que los ratones pueden aprender a orientar su comportamiento social con mayor precisión. “Resulta que no es tan simple y directo como ‘oxitocina es igual a amor’”, afirma Gül Dölen, neurocientífica de la Universidad Johns Hopkins. Si ocurre algo parecido en los humanos, eso podría, entre otras cosas, añadir una nueva arruga a los intentos de tratar trastornos sociales como el autismo manipulando el sistema de la oxitocina.
Los neurocientíficos creen desde hace tiempo que la liberación de oxitocina en el cerebro podría desencadenarse por interacciones sociales con determinados individuos, como crías o parejas, que son importantes para un ser humano u otro animal. Y cuando los investigadores bloquean experimentalmente la acción de la oxitocina, los ratones pierden la capacidad de reconocer a individuos socialmente importantes. Esto sugiere que la molécula desempeña un papel fundamental en el aprendizaje social, pero los investigadores no sabían exactamente cómo lo hace.
Esto está cambiando gracias a los avances en las técnicas neurocientíficas, que en los últimos años han permitido a los investigadores identificar y registrar la actividad de neuronas individuales productoras de oxitocina en las profundidades del cerebro. Y esas grabaciones cuentan una historia que difiere de la antigua visión —de forma sutil, pero importante—.
En el centro olfativo principal del cerebro de las ratas, por ejemplo, las mediciones muestran que la oxitocina inhibe el disparo aleatorio y ruidoso de las células nerviosas, permitiendo así que las señales neuronales de los olores reales destaquen más. (Lo hace de forma indirecta, excitando las células nerviosas conocidas como células granulares, que inhiben otras células nerviosas).
“En el cerebro hay mucho ruido”, afirma Larry Young, neurocientífico del comportamiento de la Universidad de Emory que, junto con Robert Froemke, coautor del estudio, analiza los nuevos conocimientos sobre la oxitocina en el Annual Review of Neuroscience de 2021. “Pero cuando se libera oxitocina, baja la estática para que la señal llegue con mucha más claridad”.

Una madre ratón tiene que aprender el sonido de los llantos de sus crías. Los investigadores han descubierto que la oxitocina silencia parte del ruido en su sistema auditivo para que pueda aprender esos llantos más fácilmente.
CRÉDITO: SHARI E. ROSS
Esa claridad es familiar para los nuevos padres, dice Froemke, neurocientífico de la Facultad de Medicina Grossman de la Universidad de Nueva York y coautor de Young. “Tengo dos hijos pequeños”, dice. “Incluso a dos habitaciones de distancia, con el aire acondicionado encendido, y yo profundamente dormido, el bebé empieza a llorar y enseguida estoy despierto y atendiéndolo, con las pupilas dilatadas al máximo”.
La oxitocina también aumenta la respuesta del sistema de recompensa del cerebro, afirma Yevgenia Kozorovitskiy, neurocientífica de la Universidad Northwestern. Este efecto podría desviar el comportamiento del animal de la búsqueda de cosas nuevas en el entorno y centrarlo en recompensas sociales.
En los topillos de las praderas, por ejemplo —que intrigan a los investigadores por su comportamiento monógamo, poco frecuente en los roedores—, este cambio facilita la formación de parejas. Entre otros efectos, algunas células sensibles a la oxitocina vinculan el olor de la pareja con el sistema de recompensa. “El vínculo de pareja es como volverse adicto a una pareja”, dice Young. “La pareja se convierte en algo inherentemente gratificante”. Las especies promiscuas, como los ratones y los metoritos de pradera, carecen de esos receptores de oxitocina pero, curiosamente, están presentes en el cerebro de las personas, lo que sugiere que podríamos responder más como los topillos de las praderas que como los ratones. (La vasopresina, prima molecular de la oxitocina, también interviene en la formación de parejas).
La nueva comprensión de que la oxitocina agudiza la atención a las señales socialmente destacadas puede ayudar a explicar la experiencia común de que el amor hace que el mundo brille. “Cuando miras a tu pareja a los ojos, la oxitocina puede hacer que el mundo sea más vívido”, afirma Young.
Hay otra complicación, y muy importante: si la función real de la oxitocina es aclarar las percepciones sensoriales relacionadas con lo social, y no simplemente fomentar la sociabilidad, es probable que esta sustancia química tenga efectos distintos en contextos diferentes. Por ejemplo, señala Young, la oxitocina aumenta los cuidados maternos en ratones —un comportamiento claramente prosocial—, pero también aumenta la agresividad materna hacia individuos desconocidos.

Los topillos de las praderas, a diferencia de la gran mayoría de roedores, se aparean de por vida. Las células sensibles a la oxitocina del centro de recompensa de su cerebro —que también tienen las personas— contribuyen a que se sientan bien en presencia de su pareja.
CRÉDITO: CORTESÍA DE LARRY YOUNG
Además, según han descubierto Young y sus colegas, las hembras de topillo de las praderas responden de forma diferente a la oxitocina dependiendo de si ya han formado un vínculo de pareja. En las hembras sin pareja, la oxitocina reduce el ruido en el sistema de recompensa, lo que les permite aprender a apreciar el olor de una pareja potencial. En las hembras que ya han establecido un vínculo con su pareja, la molécula sube el volumen del sistema de recompensa para que la pareja sea más gratificante, reduciendo así la agresividad hacia ella.
Algo similar puede aplicarse también a las personas. En un estudio de 2012, 30 hombres que mantenían relaciones monógamas mantuvieron una distancia social ligeramente mayor con una desconocida atractiva cuando recibieron un aerosol intranasal de oxitocina que cuando recibieron un placebo. El efecto no se observó en un grupo similar de 27 hombres solteros.
La dependencia contextual de la oxitocina puede complicar los esfuerzos por utilizarla para tratar el trastorno del espectro autista. Algunos terapeutas ya utilizan aerosoles intranasales de oxitocina para tratar a personas con autismo, en teoría porque deberían mejorar su respuesta a los estímulos sociales. Sin embargo, un ensayo clínico a gran escala no encontró ningún efecto demostrable.
No es de extrañar, dice Young, porque el ensayo no controlaba el contexto en el que los pacientes recibían los aerosoles. Si un niño sufre acoso escolar, por ejemplo, el tratamiento propuesto podría no ayudar, sino intensificar esa experiencia negativa, señala. En su lugar, Young cree que cualquier terapia basada en la oxitocina tendría que administrarse cuidadosamente en la seguridad de una sesión terapéutica.
Los neurocientíficos también señalan que, aunque la oxitocina desempeña un papel importante en la regulación de comportamientos sociales como la formación de parejas y el cuidado parental, no es el único actor. “Enamorarse es una experiencia cerebral y corporal completa”, afirma Kozorovitskiy. “Tiene elementos sensoriales y cognitivos, y la memoria es importante. ¿Es la oxitocina uno de los muchos moduladores que median en todos esos cambios? Por supuesto. ¿Pero podemos achacarlo todo a la oxitocina? Sin duda, eso es una simplificación excesiva”.
Artículo traducido por Debbie Ponchner
10.1146/knowable-072825-1
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