El wómbat más común es también el menos comprendido
El emblemático marsupial australiano ha sido considerado fuente de alimento, plaga, mascota y, ahora, un problema de conservación. Los científicos están acabando con los mitos —utilizando la genética, los robots y la ciencia ciudadana— y encontrando nuevas formas de proteger a los animales.
Manténgase informado
Suscríbase al boletín de noticias de Knowable en español
Cuando Sídney acogió los Juegos Olímpicos de 2000, surgió un héroe inesperado: una mascota no oficial conocida como Fatso the Fat-Arsed Wómbat (Fatso, el wómbat de trasero gordo). Presentado por unos cómicos, ayudó a desencadenar una oleada de amor por un animal no siempre adorado por los australianos. A lo largo de los siglos, este marsupial autóctono se ha comido en guisos y ha sido calumniado como plaga. Ahora es objeto de esfuerzos de conservación y bienestar animal.
Los wómbats están estrechamente emparentados con los koalas y llevan a sus crías en bolsas, como otros marsupiales. De las tres especies, una está amenazada y otra en peligro, pero el wómbat común de nariz desnuda (Vombatus ursinus), que se encuentra en el sureste de Australia y Tasmania y se cree que supera el millón de ejemplares, no está ni amenazado ni en peligro. Por eso se ha estudiado menos que sus primos de nariz peluda.
“Se trata de una especie que gusta a todo el mundo, pero de la que no se sabe demasiado”, afirma Georgia Stannard, arqueóloga de la Universidad La Trobe de Bundoora/Melbourne.
Stannard es una de los pocos en el mundo de ciencia que trabajan para cambiar esta situación, y sus esfuerzos están dando fruto. En la última década, la investigación sobre los wómbats de nariz desnuda ha revelado características de su hábitat subterráneo (explorado por un robot), los cortes de carne más preferidos por los aborígenes de Tasmania hace miles de años (la cabeza, el pecho y las extremidades anteriores se llevaban a la cueva) y los métodos intestinales responsables de sus sorprendentes excrementos en forma de cubo (que le valieron un premio Ig Nobel en 2019). Trabajos recientes también han arrojado luz sobre los preocupantes efectos de una enfermedad parasitaria que llegó por primera vez al continente con los colonos europeos.
Stannard, junto con Scott Carver, de la Universidad de Georgia en Atenas, y Alynn Martin, de la Universidad A&M de Texas-Kingsville, resumieron el estado de los conocimientos sobre el wómbat de nariz desnuda en el Annual Review of Animal Biosciences 2024. Además de señalar su prodigiosa habilidad para excavar y desmentir mitos sobre los wómbats (no tienen el ano cuadrado y es improbable que alcancen velocidades de 40 kilómetros por hora), los autores escriben que los wómbats de nariz desnuda podrían estar en peligro debido a los peligros de las carreteras y los conflictos con las personas. El cambio climático y la propagación de la sarna también suponen peligros para las poblaciones restantes.
“No es descabellado pensar que en un plazo de entre 50 y 100 años los wómbats puedan llegar a estar en peligro de extinción”, afirma Stannard.
La complicada relación entre humanos y wómbats
La relación del wómbat con el hombre se remonta a milenios atrás. Por ejemplo, los investigadores encontraron restos de wómbat en una cueva de Tasmania utilizada por los humanos hace entre 20.000 y 15.000 años. Los wómbats eran un buen alimento, dice Stannard: “pequeñas cazuelitas con patas”. (Stannard no lo ha probado, pero los diarios de George Augustus Robinson, un británico que sirvió de enlace con las poblaciones indígenas en el siglo XIX, señalan de que con el cuarto trasero de wómbat se preparaba un guiso delicioso con cebollas y papas).
Los colonos y los primeros visitantes de Australia apreciaban a los wómbats al principio, junto con otras especies emblemáticas como el ornitorrinco. “Eran uno de los animales australianos más populares”, afirma Carver, ecólogo que empezó a estudiar estas criaturas en la Universidad de Tasmania, en Hobart.
Pero esa fascinación se agrió cuando los wómbats, prolíficos excavadores, se vieron envueltos en la furia general contra los molestos conejos no autóctonos. Los conejos se introdujeron para la caza en 1859 y se extendieron, bueno, como conejos, excavando madrigueras y causando grandes daños ecológicos en la mayor parte del continente. Las madrigueras de los wómbats son buenas para el suelo, porque remueven los nutrientes. Pero los atribulados agricultores, preocupados por sus cultivos, vallas y represas, no siempre distinguieron entre los wómbats excavadores y los conejos excavadores. A mediados del siglo XX, las autoridades del estado de Victoria ofrecían una recompensa de un dólar por cabeza de wómbat.
Incluso a finales del siglo XX, dice Stannard, “los wómbats se consideraban una gran plaga” —y en algunas partes de Australia siguen siéndolo—.
Pero los wómbats vuelven a sentir el amor, y los expertos, al menos, aprecian sus beneficios. “Son ingenieros ecológicos”, afirma Julie Old, bióloga de la Universidad del Oeste de Sídney. “Sus madrigueras crean hábitat para otros animales y favorecen el crecimiento de las plantas al airear el suelo y hacer más accesible el agua”.
Algunas personas siguen matando wómbats para proteger sus edificaciones o cultivos, pero esto suele requerir una licencia, y los conservacionistas han encontrado formas de proteger las infraestructuras. Si los wómbats excavan bajo las cercas, los granjeros pueden añadir puertas del tamaño de un wómbat. Están hechas de malla metálica y se abren como las puertas de los perros, con un peso que permite a los wómbats pasar pero bloquea a los bichos indeseables, como los walabís, que comen hierba destinada a las ovejas. Se pueden colocar otras puertas unidireccionales en las entradas de las madrigueras, en lugares donde no se quiere a los wómbats, para que los animales que estén dentro puedan escapar, pero no volver a entrar, explica Old.
Profundizando en la ciencia del wómbat
Los wómbats de nariz desnuda habitan actualmente una franja en forma de media luna del sureste de Australia, además de Tasmania y la isla Flinders, situada entre Tasmania y el continente. Aunque su hábitat subterráneo dificulta su recuento, Carver y otros investigadores calculan que hay más de 1,3 millones. Mediante marcadores genéticos, Carver ha descubierto que las poblaciones del continente, Tasmania y la isla Flinders son genéticamente distintas.
Incluso con los nuevos esfuerzos para protegerlas, sus poblaciones siguen enfrentándose a muchos peligros. A menudo acaban atropellados. El cambio climático puede obligar a estas criaturas amantes del frío a desplazarse a zonas más elevadas. Y, presumiblemente, los colonos introdujeron en el paisaje el ácaro Sarcoptes scabiei. Este ácaro provoca la molesta sarna en las personas y síntomas similares en otros mamíferos, pero una debilitante “sarna costrosa” en los wómbats, de la que se tiene constancia desde hace un siglo.
Los ácaros penetran en la piel del wómbat. Al marsupial se le cae el pelaje y se queda demacrado y desorientado. La piel se agrieta y, si no recibe tratamiento, acaba muriendo de infecciones secundarias. “Es horroroso”, dice Old.
Carver y otros investigadores se esfuerzan por conocer mejor al wómbat de nariz desnuda para saber qué amenazas son las más acuciantes. Carver menciona como problemas clave las colisiones con vehículos, la sarna y los encuentros con los terratenientes.
Para recabar más información, Old dirige un proyecto de ciencia ciudadana, WomSAT, que rastrea los avistamientos de wómbats, recopila datos sobre su población y sensibiliza sobre estos animales. Espera que ayude a los científicos a conocer los índices de sarna y a identificar los puntos críticos de atropellos, de modo que puedan utilizar esta información para ayudar a los wómbats.
WomSAT ha cartografiado más de 23.000 avistamientos de wómbats desde tan al norte como Brisbane y tan al oeste como Adelaida, con informes ocasionales más allá del área de distribución típica actual. Un ciudadano científico grabó en vídeo el apareamiento de los wómbats. Hasta ahora, los datos muestran que muchos wómbats mueren en las carreteras, sobre todo a finales del invierno y principios de la primavera. En respuesta, los australianos han colocado señales de precaución en algunos cruces habituales de wómbats.
Los registros históricos y las investigaciones más recientes muestran que los wómbats comparten madrigueras en sus desplazamientos, lo que contribuye a propagar la sarna. Cuando Carver investigó esas madrigueras con un robot llamado WomBot, descubrió que el ambiente subterráneo, fresco y húmedo, es ideal para la supervivencia y transmisión del ácaro. Los conservacionistas intentan proteger a los wómbats con artilugios de alambre colocados en las entradas de las madrigueras para que al salir desencadenen un diluvio de medicación tópica, pero no está claro hasta qué punto ayuda. Los investigadores están probando medicamentos más duraderos, dice Carver.
Aunque su investigación se ha ampliado a otros huéspedes que también están infectados por el ácaro de la sarna, afirma que no se habría perdido los más de diez años que pasó persiguiendo a estas criaturas tímidas y solitarias e investigando sus geométricos excrementos (incluidas las veces que se contagió de la sarna de sus sujetos). Espera que los estudios sobre los wómbats de nariz desnuda sigan avanzando, como lo hacen las criaturas.
“Son un animal fascinante”, dice Carver.
Artículo traducido por Debbie Ponchner
10.1146/knowable-073024-1
Apoye a la revista Knowable
Ayúdenos a hacer que el conocimiento científico sea accesible para todos
DONAREXPLORE MÁS | Lea artículos científicos relacionados