Inseguridad en el hogar: la tragedia de la violencia de pareja
Investigadoras en salud pública explican los factores que pueden reducir —o agravar— este flagelo mundial. Un dato positivo: hay más datos que nunca sobre estrategias que pueden ayudar.
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Las estadísticas son impactantes —al igual que el costo para la sociedad—. En todo el mundo, aproximadamente el 27 % de las mujeres de entre 15 y 49 años sufren violencia por parte de sus parejas íntimas al menos una vez a lo largo de su vida. Esto le cuesta a la sociedad billones de dólares y perjudica gravemente la salud mental de los niños.
“Cada caso de violencia en la vida de una mujer es una tragedia para ella y para quienes la rodean, ya que afecta no solo a la mujer y a su salud y bienestar, sino también a su familia y a su comunidad”, escriben dos investigadores de salud pública en el Annual Review of Public Health de 2024. En su artículo, Susan B. Sorenson, de la Universidad de Pensilvania, y Heidi Stöckl, de la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich, detallan el alcance de este urgente problema de salud pública y cómo se podría abordar de forma más enérgica.
En 1986, Sorenson comenzó a impartir el primer curso de prevención de la violencia en una escuela de salud pública de Estados Unidos. Es autora de más de 150 publicaciones, muchas de ellas centradas en la epidemiología y la prevención de la violencia contra las mujeres y, desde que se jubiló de su puesto en la universidad, ha escrito una guía para padres de estudiantes universitarios que han sufrido agresiones sexuales.
La investigación de Stöckl se centra en la epidemiología de la violencia de pareja y la trata de personas, la prevalencia mundial de los homicidios de pareja y los autores de homicidios de niños, y la trata con fines de explotación sexual y matrimonios forzados. Realizó el primer estudio de prevalencia sobre la violencia de pareja durante el embarazo en Alemania y actualmente investiga la violencia durante el embarazo en Bangladesh.
Knowable Magazine entrevistó recientemente a Sorenson y Stöckl. Esta conversación ha sido editada para lograr mayor claridad.
Ustedes han dedicado gran parte de su carrera a estudiar la violencia contra las mujeres. ¿Qué las llevó a este tema?
Susan B. Sorenson: Crecí en un entorno seguro y amoroso, pero en algún momento me di cuenta de que no era así para todo el mundo. Al principio, me centré en los individuos, pero a medida que aprendía más, me di cuenta de que había un panorama más amplio y sistémico que quería explorar.
Heidi Stöckl: Llegué al tema desde el punto de vista de los derechos humanos. Siempre me interesó el activismo por los derechos humanos y, durante unas prácticas que hice en Amnistía Internacional, lanzaron la campaña por los derechos de las mujeres —y supongo que entonces el tema me capturó—. Las mujeres constituyen el 50 % de la población, pero sus problemas no reciben la misma atención.
La violencia de pareja es un problema ancestral. ¿Por qué era un tema oportuno para esta reciente revisión?
Stöckl: Puede que sea antiguo, pero no se ha hecho mucho para abordarlo. En muchos lugares del mundo, siempre se ha considerado un problema que debe tratarse a puerta cerrada. Pero la disponibilidad de datos hoy en día muestra solo lo grave que es el problema. El otro punto es que ahora sabemos qué funciona para prevenirlo; tenemos intervenciones y programas que funcionan.
Sorenson: Muchas organizaciones internacionales e investigadores de todo el mundo han colaborado para que lleguemos a un punto en el que disponemos de datos muy sólidos. El Sistema de Información para la Prevención de la Violencia de la Organización Mundial de la Salud ha realizado un excelente trabajo, recopilando una base de datos de casi 2.000 estudios. Su sitio web identifica 12 estrategias de prevención, entre las que se incluyen programas escolares sobre la violencia en el noviazgo, formación para la intervención de testigos y programas de microfinanzas, así como nueve “estrategias de respuesta”, es decir, programas para después de que se produzca la violencia, como refugios, visitas domiciliarias y terapia psicológica para las sobrevivientes y los niños.
Además, las Naciones Unidas tiene una base de datos con más de 10.000 medidas que casi 200 países han tomado para abordar la violencia contra las mujeres.
La expresión “violencia de pareja” ha sustituido a términos como maltrato conyugal, abuso marital y violencia doméstica. ¿Cuál es la mejor forma de definir el problema?
Sorenson: “Violencia de pareja” es una forma de ser más específicos sobre lo que estamos tratando de medir. La violencia doméstica puede tener múltiples significados. El maltrato conyugal es otro término que no se utiliza mucho hoy en día, dado que este tipo de violencia no se limita al matrimonio.
Como escribimos en nuestra revisión, la violencia de pareja se refiere a “cualquier comportamiento de una pareja íntima actual o anterior, en el contexto del matrimonio, la convivencia o cualquier otra unión formal o informal, que cause daño físico, sexual o psicológico”. La Organización Mundial de la Salud afirma que dicho comportamiento incluye agresión física, como abofetear, golpear, patear y pegar; agresión sexual, como las relaciones sexuales forzadas; y abuso psicológico, como la intimidación, el control de los movimientos y otros comportamientos controladores.

Estimaciones mundiales de violencia física y/o sexual por parte de parejas íntimas contra mujeres que están o han estado en una relación íntima. Las cifras son de 2018.
Observo que, en su definición de violencia de pareja íntima, usted especifica la violencia por parte de los hombres. Sin embargo, una importante encuesta realizada en Estados Unidos reveló que aproximadamente dos de cada cinco hombres han declarado haber sufrido “violencia sexual con contacto, violencia física y/o acoso por parte de una pareja íntima a lo largo de su vida”. ¿No son las mujeres también violentas en ocasiones?
Sorenson: Así es: en una relación íntima puede haber violencia de mujer a mujer, así como de hombre a hombre y de mujer a hombre. Pero es una parte menor del problema general y, en este momento, tenemos muchos menos datos sistemáticos al respecto.
¿Por qué describe la violencia contra las mujeres —y, más concretamente, la violencia de pareja— como un problema de salud pública mundial?
Sorenson: Décadas de investigación documentan una amplia gama de consecuencias negativas para la salud. Ser reprendido, amenazado, agredido o sufrir cualquier otro tipo de daño simplemente no es beneficioso para la salud. Es una causa importante de discapacidad en sí misma, al tiempo que contribuye a afecciones como la depresión, el VIH y las lesiones cerebrales traumáticas.
Cada año, las comunidades deben hacer frente a enormes costos económicos. En 2012, solo en Estados Unidos, los costos de la atención médica, la pérdida de productividad, la justicia penal y otros aspectos relacionados con la violencia de pareja se estimaron en 3,6 billones de dólares a lo largo de la vida de las víctimas.
¿Qué significa considerar la violencia de pareja como un problema de salud pública mundial? ¿Cómo cambia eso la forma en que se trata?
Stöckl: Significa que es un problema que existe en todos los países, que tiene una alta prevalencia y que afecta a la vida de muchas mujeres y niños, con múltiples consecuencias para la salud. A lo largo de las últimas dos décadas, hemos demostrado el efecto devastador que tiene en la salud mental y física de las mujeres y el impacto que tiene en los niños. Por ejemplo, cuando las mujeres sufren violencia durante el embarazo, sus hijos pueden sufrir efectos a largo plazo en términos de déficit de atención y problemas de apego.
Sorenson: Las mujeres corren el riesgo de sufrir violencia por parte de un hombre cercano, independientemente del lugar del mundo en el que vivan. En ese sentido, la violencia de pareja es como los problemas medioambientales, las enfermedades infecciosas y otros problemas que no se limitan a las fronteras geográficas o nacionales. Reconocer la realidad de que el riesgo va más allá de un lugar específico puede ayudar a fomentar la colaboración internacional para proteger la salud mediante la prevención y la intervención.

Mapa que muestra las estimaciones de la violencia física y/o sexual por parte de la pareja íntima contra las mujeres (de 15 a 49 años) que han tenido alguna vez una pareja. Las estimaciones son de 2018.
La violencia de pareja es, obviamente, un problema complejo con una amplia gama de posibles soluciones. ¿Qué estrategias le han parecido más eficaces?
Sorenson: Hay muchas formas de intervenir, y muchas de ellas están respaldadas por estudios fiables. En la revisión describimos algunas de ellas.
Cambiar la situación económica de una mujer puede ayudar mucho. Hace tiempo que sabemos que existe una fuerte relación entre la pobreza y todo tipo de violencia. Por eso, los programas de microfinanciación, en los que las mujeres con bajos ingresos pueden acceder a pequeñas cantidades de capital para poner en marcha pequeños negocios, han resultado muy prometedores. Por ejemplo, a principios de la década de 2000, en aldeas de la provincia rural de Limpopo, en Sudáfrica, los investigadores llevaron a cabo un estudio controlado aleatorio, conocido como IMAGE (Intervención con microfinanzas para el sida y la igualdad de género). Reclutaron a 6.576 mujeres y hombres de bajos ingresos, que se dividieron en tres grupos. Uno de los grupos recibió préstamos de microfinanzas y asistió a cursos de formación dos veces al mes sobre los roles de género, la movilización comunitaria y muchos otros temas. En ese grupo, la violencia de pareja se redujo en un 55 %, según un informe publicado en The Lancet en 2006.
Desde entonces, muchos otros estudios bien diseñados han relacionado los programas de microfinanzas con una reducción de la violencia de pareja. Una revisión de 2023 de 10 ensayos clínicos aleatorios, con un total de 16.136 participantes, publicada en JAMA Network Open, concluyó que las intervenciones de microfinanzas pueden reducir el abuso psicológico y emocional, así como los comportamientos controladores.
En Estados Unidos, hemos visto cada vez más pruebas de la eficacia de la educación sobre la intervención de los testigos para los estudiantes universitarios y de secundaria. Un popular programa basado en pruebas, conocido como “Green Dot”, utiliza talleres y marketing social para formar a los estudiantes en las habilidades que necesitan para intervenir cuando ven signos de violencia.
Stöckl: El tipo de medidas de prevención que funcionan dependerá, obviamente, del lugar en el que se apliquen. En los países de ingresos bajos y medios, donde se desarrolla gran parte de mi trabajo, soy una firme defensora de las intervenciones con parejas y de vincular los programas de empoderamiento, como las transferencias de efectivo, a la formación en materia de género para evitar que la violencia se produzca como reacción.
Lo realmente importante son las intervenciones comunitarias que aborden tanto a las mujeres como a los hombres y las normas de la sociedad, como un enfoque holístico. En la revisión, escribimos sobre el estudio SASA! en ocho comunidades de Kampala, Uganda. SASA significa “ahora” en kiswahili y es también un acrónimo de las fases del enfoque en inglés: Start (inicio), Awareness (concienciación), Support (apoyo) y Action (acción). Entre 2007 y 2012, el programa formó a un grupo de activistas que sensibilizaron a sus amigos, familiares y colegas. Este enfoque ha contribuido a reducir la violencia íntima y desde entonces se ha replicado en 15 países.
Sin duda, también necesitamos más inversión en la prevención de la violencia trabajando con los hombres, en particular con los grupos de mayor riesgo, como los hombres que abusan del alcohol.
Hablemos de un tipo específico de violencia de pareja, concretamente el homicidio. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito reportó que 51.000 mujeres y niñas fueron asesinadas por su pareja o un familiar en 2023. Pero, al parecer, los homicidios relacionados con la violencia de pareja han disminuido mucho en Estados Unidos desde los años setenta. ¿A qué se debe esto?
Stöckl: La disminución en Estados Unidos es realmente impresionante y también muy reveladora sobre los patrones de género en los homicidios cometidos por parejas íntimas. Se debe principalmente a que hay menos hombres asesinados por sus parejas. También hemos observado una disminución en los homicidios de mujeres, pero no es tan pronunciada. Entonces, ¿qué está pasando?
Los criminólogos han identificado varios cambios clave a nivel social que ayudan a explicar esto. Las mujeres matan principalmente a sus parejas mientras mantienen una relación con ellas, mientras que los hombres suelen hacerlo durante la separación o después. Eso significa que muchos de los cambios sociales han sido importantes. Por ejemplo, casarse más tarde en la vida reduce el riesgo de este tipo de homicidios, que se producen principalmente en etapas tempranas de la vida. Otros factores son el empleo de las mujeres, la disminución del estigma de la separación y, por supuesto, la mayor disponibilidad de refugios para víctimas de violencia doméstica, líneas de atención telefónica y otras medidas de prevención. Todo ello ha favorecido a los hombres en lo que respecta al riesgo de homicidio, ya que los matrimonios que no funcionaban podían disolverse.
“Hemos logrado avances muy importantes en la definición y la medición del alcance de la violencia de pareja. Y sabemos que hay formas de prevenirla”.
— SUSAN B. SORENSON
Sorenson: Aunque todo eso es cierto, es obvio que empoderar a las mujeres no es suficiente. Tenemos que trabajar más en intervenciones dirigidas a los hombres que matan a sus parejas.
¿Hay formas en las que este problema podría empeorar?
Sorenson: Sí, claro, y te diré dos formas en las que podría ocurrir. A medida que aumenta la migración global, las mujeres que huyen de la guerra y los disturbios civiles, la hambruna y los desastres medioambientales corren un mayor riesgo. La comunidad en la que estaban integradas ha sido rasgada y sus anteriores sistemas de apoyo ya no existen.
Las mujeres también corren peligro en los campos de refugiados, donde la coacción y la agresión sexual pueden ser a veces el precio que hay que pagar para obtener comida y refugio.
Además, hay que tener en cuenta el aumento del uso de la tecnología electrónica. Los agresores pueden rastrear cada vez más los movimientos y las actividades en línea, acosar y avergonzar a sus parejas íntimas en las redes sociales, y grabar actividades sexuales sin consentimiento para luego publicarlas en Internet. Salvo raras excepciones, las empresas tecnológicas y los legisladores han evitado regular estas actividades.
¿Cuáles son algunas de las mayores diferencias que observa entre la forma en que Estados Unidos y Europa afrontan la violencia de pareja?
Stöckl: Una gran diferencia es la disponibilidad de armas en Estados Unidos, lo que hace que esta violencia sea mucho más letal. Es solo mucho más fácil matar a alguien, amenazar con matarlo y hacer que las consecuencias de abandonar una relación abusiva sean mucho más graves. Aparte de eso, me resulta difícil hacer afirmaciones generales sobre Estados Unidos, dada la gran diferencia que existe entre muchos estados, tanto en su cultura como en su aceptación de la violencia y en las leyes que tienen. Europa es igualmente enorme, con grandes diferencias entre los países nórdicos y los del sudeste, que tienen muchas diferencias en cuanto a cultura y legislación.
El año pasado, un caso especialmente terrible de violencia doméstica fue noticia, en el que decenas de hombres fueron declarados culpables de violar a Gisèle Pelicot, en agresiones organizadas por su marido mientras ella estaba drogada e inconsciente. Los delitos provocaron manifestaciones en las calles de Francia e indignación en todo el mundo. ¿Qué opina al respecto?
Sorenson: En el lado positivo, el juicio creó mucha conciencia, incluso sobre los cambios que aún necesitamos ver en las leyes y en las actitudes culturales. Su marido admitió los delitos, pero luego muchos de los hombres dijeron: “Yo no la violé porque él había dicho que estaba bien”, como si él tuviera autoridad sobre su cuerpo. Me pareció sorprendente que esto haya sucedido en el contexto de una creciente “manosfera”, en la que hombres agraviados promueven lemas como “Tu cuerpo, mi elección”.
Hemos logrado avances muy importantes en la definición y la medición del alcance de la violencia de pareja. Y sabemos que hay formas de prevenirla. Sin embargo, este caso ilustra lo mucho que aún queda por hacer. Los gobiernos deben actuar con mayor rapidez para ampliar algunos de los programas más prometedores.
Artículo traducido por Debbie Ponchner
10.1146/knowable-092325-1
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