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CRÉDITO: JACINTO ESCARAY / SHUTTERSTOCK

El gusano de la muerte sudamericano, conocido también como taturana oblicua (Lonomia obliqua), produce un veneno que interfiere en la coagulación de la sangre; los venenos de otras orugas pueden causar dolor prolongado, picor intenso, problemas respiratorios y mucho más.

Las orugas que nos pueden matar

Algunas especies producen venenos mortales. Con más investigación, esos compuestos tóxicos podrían dar lugar a medicinas útiles.


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Cuando uno piensa en animales venenosos, probablemente las orugas no son lo primero que se le viene a la mente. Las serpientes, por supuesto. Los escorpiones y las arañas, también. ¿Pero orugas?

Pues sí. Resulta que el mundo alberga cientos —quizá miles— de especies de orugas venenosas, y al menos algunas de ellas son lo bastante tóxicas como para matar o herir permanentemente a una persona. Solo eso ya es motivo para que los científicos las estudien. Pero las orugas también contienen en sus secreciones tóxicas una gran cantidad de compuestos de utilidad médica.

“¿Llegaremos a extraer de sus venenos sustancias útiles? Sin duda”, afirma Andrew Walker, biólogo evolutivo y bioquímico de la Universidad de Queensland, Australia. “Pero antes hay que hacer mucho trabajo de fundamentación”.

Las orugas son las fases larvarias de los insectos del orden Lepidóptera, las mariposas y polillas. Es solo uno de los muchos grupos de animales con miembros venenosos poco conocidos. Según las mejores estimaciones de los biólogos, los venenos que los animales inyectan a sus enemigos o presas han evolucionado al menos 100 veces en todo el reino animal.

Muchos venenos son complejos, algunos contienen más de 100 compuestos diferentes. Y también son sorprendentemente diversos. “No hay dos especies con el mismo arsenal venenoso”, afirma Mandë Holford, científico especializado en venenos del Hunter College y del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. “Por eso es importante estudiar tantas especies como podamos encontrar”.

De hecho, estudiar los venenos podría ser una mejor manera de encontrar nuevos candidatos a fármacos que empezar desde cero, porque contienen moléculas afinadas durante eones para dirigirse a procesos biológicos específicos de la víctima. “Han evolucionado durante millones de años, se han probado en la naturaleza y sabemos que funcionan”, afirma Holford. “Cuando intentamos idearlas nosotros mismos en el laboratorio, el porcentaje de éxito es mucho menor”.

Sin embargo, la mayoría de los grupos de organismos venenosos apenas figuran en el radar de los científicos. “Conocemos muy bien los venenos de serpientes, escorpiones y arañas”, afirma Nicholas Casewell, biólogo especializado en venenos de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, en el Reino Unido. “Pero hay muchos grupos de animales venenosos que no se han estudiado”.

Una oruga erizada mira a la cámara, con el cuerpo desenfocado.

Las orugas venenosas no se limitan a los trópicos. La polilla lagarta peluda (Lymantria dispar) que se muestra aquí, es originaria de Europa, pero en Norteamérica es una plaga invasora que puede llegar a defoliar los bosques. El contacto con sus cerdas venenosas puede causar una erupción cutánea dolorosa y con picor.

CRÉDITO: ISTOCK.COM / MARCIN WOJCIECHOWSKI

Las orugas, en particular, merecen más atención, afirma Walker, que escribió sobre los lepidópteros venenosos en el Annual Review of Entomology de 2025. Aunque solo alrededor del 2 % de las especies de orugas son venenosas, según Walker, están muy dispersas por el árbol evolutivo de los lepidópteros. Esto significa que el veneno probablemente evolucionó de forma independiente varias veces dentro del grupo, dando lugar a una diversidad inusual de sustancias químicas. Las orugas mortales —del género sudamericano Lonomia— tienen un veneno similar al de una serpiente que interfiere en la coagulación de la sangre. Otras tienen venenos que causan problemas inflamatorios crónicos de por vida, y un par provocan abortos en caballos.

Según Walker, esas pocas y desagradables orugas son suficientes para hacer de las orugas venenosas un importante problema de salud pública, al menos en algunas partes del mundo. “No matan a mucha gente con regularidad como hacen los escorpiones y las serpientes, pero comparadas con las arañas no hay mucha diferencia en el impacto del peligro para la salud”. La preocupación ha llevado a algunos investigadores a trabajar en la comprensión de los efectos biológicos del veneno potencialmente letal de la Lonomia, y a desarrollar antivenenos para tratar a las personas afectadas.

Aunque algunos otros venenos de oruga se han estudiado al menos un poco, la mayoría permanecen casi totalmente sin estudiar, dice Walker —y la medicina puede estar perdiéndose algo—. Por ejemplo, la mayoría de los venenos de lepidópteros provocan dolor, a veces tan intenso que requiere analgésicos opiáceos. No es de extrañar, ya que el dolor es una excelente forma de disuadir a los depredadores, pero también permite a los investigadores utilizar el veneno como sensor para identificar las vías del dolor en el cuerpo y los receptores del dolor en los animales de laboratorio y, potencialmente, en las personas. Esto, a su vez, podría conducir a nuevos fármacos.

La investigación sobre los venenos de oruga sigue siendo tan escasa que aún no ha dado lugar a nuevos fármacos, pero los venenos de otros organismos han producido algunas terapias importantes. Por ejemplo, hay medicamentos contra la presión arterial y la coagulación que se inspiraron en venenos de serpiente, y un precursor del nuevo fármaco superventas semaglutida —más conocido por marcas como Ozempic y Wegovy— se basó en una molécula extraída de un lagarto venenoso, el monstruo de Gila.

Gracias a los avances de la biología molecular y la bioinformática, cada vez es más fácil investigar los venenos de todos los animales, incluidas las orugas, y eso debería suponer pronto grandes avances, afirma Casewell. “Es como un tesoro escondido que aún nos queda por descubrir”.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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