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CRÉDITO: ISTOCK.COM / JOPELKA

Una plaga de escarabajos de la corteza ha causado estragos en estos árboles del bosque de Baviera, en la frontera entre Alemania y la República Checa. Muchos otros bosques de todo el mundo sufren también las consecuencias de una serie de plagas y patógenos invasores.

Los bosques están bajo el ataque de especies invasoras

OPINIÓN: El comercio internacional y los viajes traen consigo la destrucción ecológica de los lugares naturales más preciados del mundo. Tenemos que hacer más para detener este asalto.


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Hace más de cien años, un diminuto gusano llamado nematodo de la madera del pino aterrizó en Japón, viajando junto a productos de madera importados de Norteamérica. En Estados Unidos, los pinos autóctonos no se ven afectados por este gusano. Pero en Japón, se propagó de árbol en árbol a través de escarabajos autóctonos, y los bosques empezaron a marchitarse y morir.

En los años ochenta, el gusano se extendió de nuevo a China y la península de Corea, y en décadas posteriores a Portugal y, más recientemente, a España. Hoy, los países europeos se preparan para un ataque.

El daño causado por el nematodo ha sido enorme. Para acabar con las plagas, Japón, China y Corea del Sur bombardean habitualmente los bosques con insecticidas agresivos, que también pueden matar a polinizadores como las abejas. Aun así, Corea del Sur está perdiendo bosques con un valor cultural sagrado. Japón tiene que importar su preciado hongo, el matsutake, porque necesita pinos para crecer.

Esta no es una historia aislada. El impacto de las plagas forestales es dramático. A principios de la década de 2000, la roya del mirto se introdujo en Oceanía tras ser detectada en cargamentos de eucalipto procedentes de Sudamérica; el 75 % de la superficie forestal de Australia está ahora en peligro. Un patógeno radicular que se propaga viajando en las botas de los excursionistas y las patas de los perros está derribando árboles kauri milenarios, sagrados para los maoríes de Nueva Zelanda. Una enfermedad de marchitamiento amenaza a las flores sagradas 'Ōhi'a lehua en Hawái. Los patógenos invasores son especialmente problemáticos en los paisajes de baja diversidad y cultivo intensivo del hemisferio sur y Europa.

Más de 500 especies de plantas patógenas e insectos herbívoros han llegado a los bosques norteamericanos, diezmando fresnos, olmos, castaños, pinos, tanoak, cicutas y otros, y liberando anualmente tanto carbono como los incendios forestales. El costo anual de las especies invasoras (de todo tipo, incluidas plantas y animales) en Estados Unidos ha pasado de 2.000 millones de dólares en los años sesenta a más de 20.000 millones en la década de 2010. Un informe internacional de 2023 implicaba a las especies invasoras en el 60 % de todas las extinciones de especies.

La Covid-19 alertó a todo el mundo de los riesgos e impactos de las pandemias de enfermedades animales. Las enfermedades de las plantas pueden resultar aún más nefastas por sus consecuencias en cascada para la economía y la salud humana y animal, sobre todo en un clima cada vez más cálido. Nos encontramos en medio de una épica crisis mundial de salud forestal que exige una respuesta mundial. El Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica reconoce la importancia de las especies invasoras como impulsoras de la pérdida de biodiversidad y establece recomendaciones para crear capacidad y compartir información para reducir su impacto.

Los hongos y los insectos son por naturaleza pequeños y pueden adaptarse fácilmente a nuevos huéspedes y entornos. Por eso, las invasiones de plagas forestales suelen pasar desapercibidas hasta muy tarde. Cuando se detectan pronto, la acción suele ser lenta porque los incentivos económicos no son evidentes. Pensemos en la marchitez del laurel, que asoló los bosques de Florida durante años antes de que afectara a los aguacates y los responsables políticos empezaran a prestarle más atención. Hoy, la industria del aguacate de Florida ha perdido más de 300.000 árboles solo por esta plaga.

Cuando las plagas cruzan las fronteras internacionales, los beneficios económicos a corto plazo del comercio suelen pesar más que la preocupación por los costos ecológicos a largo plazo. Las convenciones comerciales mundiales exigen pruebas sólidas sobre la amenaza de plagas específicas para justificar las restricciones comerciales. Rara vez se dispone de esa información hasta que el problema está fuera de control. Como resultado, el mundo se encuentra en un perpetuo estado defensivo contra la próxima gran amenaza.

¿Qué se puede hacer? La ciencia puede ayudar. Por ejemplo, los investigadores han tenido suerte haciendo que los pinos blancos sean más resistentes a la roya ampollosa y los castaños al cancro del castaño, y están seleccionando fresnos menos afectados por el barrenador esmeralda del fresno. Sin embargo, a pesar de los rápidos avances de las tecnologías biológicas, la invasión de plagas forestales y sus repercusiones siguen acelerándose.

Limitar el comercio a los socios regionales reduciría en gran medida tanto la introducción de plagas invasoras como las emisiones de combustibles fósiles, que aceleran el problema a través del cambio climático y el estrés amplificado de los árboles. La pandemia, las guerras recientes y otros factores económicos han provocado una ralentización del comercio mundial. Pero la desglobalización es probablemente una solución poco práctica a largo plazo.

Ninguna solución económica o política rápida puede resolver el problema. Lo que necesitamos es una acción proactiva y colectiva. La lista de lo que tenemos que hacer es larga, y a menudo exige que las naciones dejen de lado incentivos económicos específicos en aras de un bien mayor. Los grandes cambios se consiguen mediante avances graduales.

Uno de mis coautores de un artículo de 2023 en el Annual Review of Phytopathology, el difunto Gary Lovett, creó y se dedicó a defender el Tree-SMART Trade, un marco político que propone soluciones prácticas. Entre ellas, cambiar a material de embalaje que no sea madera en los envíos internacionales; ampliar la vigilancia de las plagas y las respuestas a ellas; aumentar las medidas de bioseguridad en los acuerdos comerciales; restringir la importación de parientes vivos de plantas autóctonas, que podrían portar plagas que se transfieren fácilmente a estos nuevos huéspedes; y endurecer las sanciones a los importadores que incumplan las normas. Este es un buen comienzo.

Hay que reunir fondos para reforzar la gestión de plagas, la bioseguridad y la conservación en los países con pocos recursos, y adaptar esos esfuerzos a los distintos sistemas culturales y políticos. Hay que seguir trabajando para averiguar dónde se originan las plagas destructivas y cómo responsabilizar a las personas. La ciencia ciudadana puede ayudar vigilando los árboles locales para detectar indicios de amenazas emergentes. Por encima de todo, los bosques deben gestionarse para que sean resilientes y no para obtener madera o créditos de carbono.

A largo plazo, el éxito requiere una representación equitativa que no deje a nadie atrás. Las reuniones científicas “internacionales”, la bibliografía y la investigación sobre plagas invasoras de los bosques están hoy dominadas por representantes de instituciones de Europa, Norteamérica y las naciones anglófonas del hemisferio sur (Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica) —en lugar de sus poblaciones indígenas o del resto del mundo, donde el inglés puede representar una barrera—, lo que da lugar a puntos ciegos en el conocimiento científico de las plagas invasoras y en las ideas sobre su gestión.

Ha llegado el momento de dar una respuesta internacional seria y proactiva a la crisis sanitaria de los bosques. Si seguimos limitándonos a reaccionar ante las amenazas a medida que aparecen, la biodiversidad seguirá sufriendo.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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