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CRÉDITO: MANFRED SCHARTL

Peces como el molly amazónico (derecha) tienen peculiaridades individuales de personalidad desde su nacimiento.

Naturaleza, crianza y azar

OPINIÓN: No solo los genes y el ambiente en el que crecen determinan la personalidad de los animales: también hay una buena dosis de azar en la mezcla.


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En torno al viejo debate sobre la naturaleza versus la crianza —si nuestras características las forjan nuestros genes o la forma en que somos criados— tengo una respuesta para usted. Es ambas cosas. Y no es ninguna de las dos cosas.

Soy una ecóloga del comportamiento que trata de responder a esta pregunta estudiando un tipo concreto de pez. La Poecilia formosa, conocida como molly amazónico, es una mina de oro experimental para este tipo de preguntas. Ella se clona a sí misma de forma natural, dando a luz a crías con genomas idénticos al suyo y al de las demás. Una segunda peculiaridad de este pececillo es que sus crías nacen vivas y son completamente independientes desde el nacimiento. Esto significa que puedo controlar sus experiencias desde la edad más temprana posible. Esencialmente, este pez nos da a mí y a mis colegas la oportunidad de realizar “estudios de gemelos” para entender cómo y por qué se desarrolla la individualidad. Y lo que hemos descubierto puede sorprenderle.

Como seres humanos, conocemos la importancia fundamental de nuestras personalidades. Estas diferencias persistentes entre nosotros determinan cómo navegamos por nuestros mundos y respondemos a los principales acontecimientos de la vida; si somos atrevidos o tímidos; si invitamos a alguien a una segunda cita o no.

Dada la evidente importancia de la personalidad, quizá sorprenda un poco que los científicos pasaran por alto durante mucho tiempo este tipo de diferencias en otras especies. Hasta hace unos 30 años, estas diferencias (que yo prefiero llamar “individualidad”, ya que evita la connotación humana de “personalidad”) solían considerarse anécdotas simpáticas con poca importancia evolutiva.

En su lugar, los investigadores se centraron en el comportamiento típico de una población determinada. Con los guppy, por ejemplo —un clásico modelo para la investigación sobre ecología del comportamiento—, los investigadores descubrieron que, en promedio, los peces nadan más juntos si viven entre muchos peces depredadores, mientras que los peces de zonas con menos depredadores pasan menos tiempo en escuelas y más luchando entre sí, ya que no tienen que preocuparse tanto de que se los coman.

Ahora nos damos cuenta de que hay al menos tanta variación entre peces individuales de la misma población como entre poblaciones de la misma especie. Es como la estatura en los humanos: aunque los hombres son en promedio más altos que las mujeres, algunas mujeres son más altas que algunos hombres. Estas diferencias individuales pueden ser muy importantes para el éxito de un animal. En los guppy, por ejemplo, el comportamiento audaz aumenta las posibilidades de apareamiento de un macho, pero también las de encontrarse en las fauces de un pez más grande. Qué táctica de comportamiento es mejor puede cambiar según las circunstancias. Los ratones agresivos tienen mucho éxito en entornos ricos en recursos, pero si los recursos son más difíciles de encontrar, los ratones menos agresivos obtienen mejores resultados dedicando más tiempo a encontrar comida escurridiza.

Entonces, ¿qué es lo que determina estas diferencias de comportamiento entre individuos? Todo un subcampo de la ecología del comportamiento lleva más de 20 años intentando averiguar cuándo, cómo y por qué surge la individualidad. Aquí es donde entran en juego nuestros peces clonados.

Cuando criamos a nuestras Poecilia formosas genéticamente idénticas en entornos idénticos, podríamos esperar que se comportaran igual. Pero no es así. Estos pequeños clones muestran su individualidad desde el mismo día en que nacen —algunos son muy activos y sociables, yendo muy lejos en busca de comida; otros prefieren agazaparse y arrebatar la comida a la deriva cuando se les acerca—. Algo más guía su individualidad.

Nuestro código genético es solo uno de los componentes de las instrucciones que heredamos de nuestros padres. También heredamos innumerables moléculas que interactúan con nuestros genes para indicar a nuestras células qué genes deben activarse y cuándo, entre otras cosas. Estos mecanismos, denominados “epigenéticos”, podrían desempeñar un papel más importante en el desarrollo de nuestro comportamiento de lo que los científicos pensaban hasta ahora.

Nuestras células siempre están sujetas a cierto nivel de aleatoriedad. En un pez en desarrollo, las conexiones entre las neuronas de su cerebro nunca serían exactamente iguales, por ejemplo, si de algún modo pudiéramos pedirle que se desarrollara dos veces. Con la misma receta y en la misma cocina, incluso el mismo panadero producirá pasteles ligeramente diferentes en días distintos debido a los aparentemente minúsculos caprichos de la medición o la técnica de batido. Aunque todas las criaturas están sujetas a estos ruidos, su impacto suele quedar enmascarado por los efectos de las grandes variaciones genéticas y ambientales. Solo con nuestras mollys estamos empezando a comprender hasta qué punto puede influir el azar en el desarrollo de la individualidad.

¿Dónde nos deja esto? Los seres humanos dedicamos mucho tiempo y dinero a averiguar por qué somos como somos. Obviamente, la biología que heredamos de nuestros padres y nuestras experiencias siempre desempeñarán un papel importante en nuestras vidas y nuestras personalidades. Pero mis mollys también me han enseñado que no todo se reduce a eso; también hay una buena dosis de azar.

Para mí, esta idea de que el azar desempeña un papel tan importante en nuestra personalidad es liberadora. Somos lo que somos, a veces por muy pocas razones. Me lo tomo como una llamada a aceptar nuestra diversidad. Cada uno de nosotros es realmente único; somos intrínsecamente imposibles de replicar.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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