¿Eres mi bebé? Los ingeniosos métodos que emplean los parásitos de nido para engañar a otras aves
Cucos, tordos y otras especies tercerizan sus tareas parentales. Científicos están descubriendo nuevas artimañas en este astuto —y a menudo traicionero— juego de supervivencia.
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La paternidad puede conllevar mucho trabajo para un pájaro: todo ese volar de un lado a otro transportando larvas e insectos a un nido de crías exigentes. Pero algunas aves se las arreglan para prescindir del cuidado de sus polluelos —asegurándose de que estén bien atendidos—. Estas aves ponen sus huevos en los nidos de otras aves que, sin saberlo, adoptan a las crías, alimentándolas y protegiéndolas como si fueran suyas.
Solo cerca de un uno por ciento de todas las especies de aves recurren a este astuto método de planificación familiar —llamado parasitismo de cría obligado, parasitismo de nido, o parasitismo de puesta—, pero ha evolucionado al menos siete veces en la historia de las aves y es una forma de vida para al menos 100 especies. Como algunos parásitos de nido dependen de varias especies de aves como padres adoptivos, más de una sexta parte de todas las especies del mundo aviar cuidan en algún momento de polluelos que no son suyos.
A lo largo de los milenios, estos intrusos han desarrollado ingeniosas formas de engañar a los anfitriones, y estos han desarrollado formas igualmente ingeniosas de protegerse a sí mismos y a los suyos. En cada etapa del ciclo de anidación, es un juego de subterfugios que se desarrolla en el color, el sonido y el comportamiento.
“Siempre hay algo nuevo: es como si un grupo de aves siguiera un camino ligeramente distinto”, afirma el ecólogo conductual Bruce Lyon, de la Universidad de California en Santa Cruz, que estudia al pato rinconero (Heteronetta atricapilla), la única especie de pato parásito obligado.
Aunque siguen existiendo muchos misterios, las nuevas investigaciones desvelan constantemente lo intenso que puede llegar a ser este tira y encoje evolutivo.
Del mimetismo al asesinato
Irrumpir en el nido de otro pájaro es el primer movimiento del parásito. A veces lo consigue mediante el engaño: la hembra del tejedor parásito (Anomalospiza imberbis), por ejemplo, ha evolucionado para parecerse a un pájaro inofensivo y no parásito que vive en la misma zona, lo que le permite colarse en los nidos del huésped sin ser molestada. El cuco común (Cuculus canorus) adopta otra táctica: ha evolucionado para imitar el aspecto de una rapaz depredadora, lo que hace que las madres de los huéspedes salgan volando despavoridas y dejen el nido desatendido.
Pero, a veces, los parásitos llegan demasiado tarde a la fiesta y no encuentran nidos en los que depositar sus huevos; los huevos están casi listos para abrirse o todos han eclosionado ya. En este caso, pueden expulsar a los polluelos y, a veces, saquear el nido. Esto puede incitar a los hospedadores a hacer nuevos nidos desde cero, dando al intruso un nuevo nido que parasitar.
Los científicos tenían algunas pruebas de esta estrategia —llamada farming (cosechar en inglés), porque los parásitos “cosechan” nuevos nidos—, pero hace poco sorprendieron a las aves en el acto asesino y observaron cómo parasitaban también el nuevo nido.
El ornitólogo Jinggang Zhang estaba realizando un estudio a largo plazo con colirrojos dáuricos (Phoenicurus auroreus) en el noreste de China. En un nido, dos colirrojos dáuricos cuidaban a una familia de siete, y cuando los polluelos tenían solo cinco días, apareció un cuco común y, en menos de un minuto, arrancó a todos los recién nacidos y los arrojó a la muerte. “Me quedé sorprendido y confuso”, dice Zhang. Dos días después, los resilientes padres colirrojos se hicieron un nuevo nido a unos cinco metros del lugar del crimen, y el cuco puso uno de sus huevos en él. Es la primera vez que el farming de polluelos se documentaba con una cámara, dice Zhang, que recientemente publicó el suceso en Ecology and Evolution.
Las aves huésped, por supuesto, han desarrollado estrategias para defender su nido y sus crías. Algunas se quedan quietas y protegen sus nidos, otras pueden atacar al intruso —las reinitas amarillas tienen incluso un canto único que avisa a las aves cercanas de la presencia de un parásito.
Y algunos hospedadores pueden intentar evitar totalmente cualquier riesgo de parasitismo. La ecóloga del comportamiento Iliana Medina Guzmán, de la Universidad de Melbourne, teoriza que la presión de los parásitos ha llevado a algunos hospedadores, como la acantiza culigualda (Acanthiza chrysorrhoa), a reproducirse antes que muchos de sus congéneres, evitando así criar al mismo tiempo que su parásito.
Según Zhang, la cría precoz también podría haber estimulado la evolución del farming, como contra-estrategia al encontrar los nidos ya llenos.
Imitar huevos y detectar impostores
Cuando un parásito consigue entrar en el nido de otra familia, suele expulsar uno o dos huevos del huésped para hacer sitio para los suyos. Y mientras que las aves no parásitas tardan unos 20 minutos en poner un huevo, los parásitos como los cucos y los indicadores son rápidos. “Se abalanzan sobre el nido y sacan un huevo en tres segundos”, explica Rosalyn Gloag, bióloga evolutiva de la Universidad de Sídney. Algunos parásitos también han desarrollado huevos de cáscara más gruesa, menos propensos a romperse cuando se dejan caer precipitadamente.
Y hay parásitos que hacen todo lo posible para que sus huevos no sean detectados y rechazados: imitan el aspecto de los huevos de sus huéspedes. En algunas aves, como los tejedores parásitos, este rasgo de coloración de los huevos se transmite de madres a hijas: las hembras imitan los huevos de sus madres. Así, algunos tejedores parásitos hembra ponen huevos azules moteados de marrón, mientras que otros pueden especializarse en huevos con motas rojas, dependiendo del nido anfitrión en el que crecieron.
Sin embargo, estos trucos no siempre funcionan, afirma el ornitólogo Mark Hauber, del Centro de Postgrado de CUNY, Nueva York. Él lleva mucho tiempo investigando qué hace que unas aves sean mejores que otras a la hora de reconocer los huevos de intrusos, y sus datos sugieren que algunos huéspedes pueden expulsar huevos que están fuera de lugar en cuanto a color y tamaño.
Otros huéspedes, como los tejedores y las reinitas, han perfeccionado la puesta de huevos moteados con colores, dibujos y garabatos característicos que parecen imposibles de imitar y son más fáciles de distinguir de los de los intrusos.
“Hay algo en las marcas, en la entropía del moteado, que es más consistente dentro del propio huevo del huésped”, dice Hauber. Es tan preciso que él no ha podido reproducir los patrones en su laboratorio, a pesar de haber fabricado cientos de huevos moteados artificialmente.
Una nueva investigación de Hauber sugiere que las aves de más edad y con más experiencia en la cría distinguen mejor que las jóvenes los huevos ajenos de los propios. Hauber introdujo huevos falsos, impresos en 3D, en los nidos de mirlos americanos (Turdus migratorius); los huevos estaban pintados de azul como los del mirlo o de los tonos beiges y marrones de un huevo de tordo parásito. El seguimiento de los mirlos reveló que los huéspedes pueden aprender y mejorar a la hora de rechazar huevos intrusos de sus nidos, según informaron Hauber y sus colegas en 2023.
Superar a la competencia
Una vez que los huevos están a salvo en el nido, muchos parásitos eclosionan antes que sus hermanos adoptivos, lo que da ventaja a los invasores.
Los cuclillos bronceados australianos, por ejemplo, eclosionan dos días antes y emergen con el mismo aspecto que sus compañeros de nido (si estos no hubieran sido expulsados del nido como huevos). Apenas despiertan sospechas.
Pero la mayoría de las especies de aves no necesitan engañar a sus nuevos guardianes con miradas sutiles. La principal forma que tienen las aves de reconocer a sus crías es simplemente “¿Es mi nido?”, dice Gloag. “Nos preguntamos: ‘¿Cómo es posible que esos padres no reconozcan que ese polluelo no es suyo? Es cinco veces más grande que ellos’”.
Los polluelos intrusos también engañan a sus padres para que les den más de comer que a sus hermanos. En un nido donde todos están emparentados, todos se benefician de sobrevivir —los genes compartidos hacen que los individuos no tengan incentivos para ser tan codiciosos, dice Gloag—. La situación es distinta para los parásitos que comparten el nido con extraños.
Y para muchas otras especies de aves, fingir tener mucha hambre y llorar y suplicar mucho cumple su función, afirma la ornitóloga Rafaela Vitti Ferneda, estudiante de maestría en la Universidad del Estado de São Paulo, Brasil.
Ferneda dedicó dos años a investigar si los zorzales sabiá (Turdus leucomelas) se dan cuenta de que están alimentando a polluelos intrusos de tordos renegridos (Molothrus bonariensis). En el fondo, ella esperaba que los padres reconocieran a sus propios polluelos. Pero se sorprendió cuando no fue así. Los tordos parásitos se alimentaban con más rapidez y frecuencia que los zorzales, y estos ni siquiera intentaban seguir el nivel de mendicidad de los intrusos, informó Ferneda en junio de 2024. Ese melodrama de los turdos —graznidos adicionales, suplicas e inclinación de la cabeza— puede ser lo que le permite parasitar una amplia variedad de especies huésped sin miradas o sonidos especializados, dice Ferneda.
Por terrible que parezca el parasitismo de cría, no es una calamidad para la especie explotada. “Un parásito será realmente molesto y puede destruir un intento reproductivo”, dice William Feeney, ecólogo del comportamiento de la Estación Biológica de Doñana , en España, y coautor de un estudio sobre la coevolución entre parásitos y sus huéspedes en el Annual Review of Ecology, Evolution, and Systematics. “Pero las aves suelen tener más de uno en su vida”.
La relación entre los tordos y los zorzales, los indicadores y las golondrinas, o los cucos y sus diversos huéspedes está en constante cambio. Parásitos y hospedadores libran una guerra a través del tiempo evolutivo, de modo que lo que los científicos ven ahora es solo una instantánea de una larga batalla. Y en algún punto, las aves encuentran el equilibrio: compensaciones tácticas que permiten persistir tanto al parásito como al hospedador.
Artículo traducido por Debbie Ponchner
10.1146/knowable-112124-1
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