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CRÉDITO: JAKE OSBORNE PARA EL DEPARTAMENTO DE CONSERVACIÓN DE NUEVA ZELANDA.

Los esfuerzos para recuperar el kākāpō, un loro no volador de Nueva Zelanda en peligro crítico de extinción, incluyen el traslado de la especie a reservas libres de depredadores. Este kākāpō, llamado Tautahi, vive ahora en la reserva y ya ha intentado una hábil fuga.

Nueva Zelanda intenta salvar a sus corpulentos y no voladores loros

La secuenciación del ADN, el seguimiento por GPS y las dietas a la medida están restaurando, poco a poco, la población del kākāpō, en peligro de extinción.


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Los kākāpō son ávidos caminantes que recorren kilómetros y kilómetros con sus fuertes piernas y suben montañas en busca de pareja. También son buenos escaladores y trepan con sus grandes garras por los árboles rimu de Nueva Zelanda, en busca de bayas rojas en las puntas de las ramas de las coníferas.

Pero hay una cosa que la especie de loro más pesada del mundo no puede hacer: volar. Con sus voluminosos cuerpos —los machos pesan hasta cuatro kilos— y su andar de pato, tienen pocas posibilidades de escapar de depredadores como armiños y gatos salvajes. Cuando se ven amenazados, los loros nocturnos se congelan y confían en sus plumas verde musgo para camuflarse.

Nueva Zelanda fue antaño tierra de aves no voladoras, como el extinto moa, sin mamíferos terrestres depredadores a la vista. Eso cambió en el siglo XIII, cuando los viajeros maoríes trajeron ratas y perros, y de nuevo en el XIX, cuando los colonos europeos trajeron más ratas, gatos y mustélidos como comadrejas, armiños y hurones. Estos depredadores han contribuido en gran medida a poner en peligro a unas 300 especies autóctonas de las dos islas principales de Nueva Zelanda y de las islas costeras más pequeñas, con un especial impacto en las aves no voladoras, como el kākāpō.

El kākāpō, que ahora figura en la lista de especies en peligro crítico, estuvo al borde de la extinción a mediados del siglo XX debido a la caza, los depredadores y la tala de bosques. A partir de los años setenta, los esfuerzos de conservación se centraron en la gestión de los kākāpō restantes en las islas costeras del país, donde se erradican sistemáticamente los depredadores. Gracias a esos esfuerzos continuos, que incluyen programas de cría, tratamiento veterinario y alimentación suplementaria, el número de loros ha pasado de menos de 60 en 1995 a más de 200 en la actualidad.

Ese éxito, sumado a la falta de espacio en las islas costeras, llevó al Departamento de Conservación de Nueva Zelanda y a Ngāi Tahu, la tribu maorí cuyo pueblo actúa como guardián tradicional de los kākāpō, a encontrar un nuevo hábitat para los loros. A partir de julio de 2023 empezaron los traslados al Santuario de Montaña Maungatautari, un refugio libre de depredadores rodeado por una de las vallas antiplagas más largas del mundo.

Hasta ahora, 10 loros machos se han trasladado a la reserva —la primera vez que la especie vuelve a vivir en tierra firme en casi medio siglo—. Los investigadores rastrean su ubicación y realizan controles sanitarios periódicos para evaluar si las aves pueden prosperar allí.

Si los loros macho empiezan a ir de excursión a las crestas, dando serenatas a las hembras kākāpō con profundos “booms” y agudos “chings”, podrían estar en forma para criar, dice el biólogo conservacionista Andrew Digby, asesor científico para los kākāpō en el Departamento de Conservación. “Podríamos empezar a estudiar la posibilidad de traer hembras”.

El biólogo conservacionista Andrew Digby sentado en un bosque sosteniendo un kākāpō envuelto en tela azul.

Después de casi una década de trabajo con kākāpō, Andrew Digby dice que todavía está sorprendido por las personalidades individuales de los loros.

CRÉDITO: LYDIA UDDSTROM PARA EL DEPARTAMENTO DE CONSERVACIÓN DE NUEVA ZELANDA.

Los kākāpō tienen una fertilidad mucho menor que otros loros. Desde los años ochenta, menos de la mitad de sus huevos han eclosionado, lo que se cree que se debe en parte a la endogamia. Abandonados a su suerte, solo se reproducen cuando los árboles de rimu dan masas de fruta, cada dos o cuatro años, y las hembras ponen de uno a cuatro huevos.

Recientemente, los investigadores han empezado a explorar cómo los datos genómicos pueden contribuir a la supervivencia de los kākāpō. Estos estudios pueden ayudar a los gestores de la fauna salvaje a potenciar la diversidad genética y la resistencia de las especies amenazadas, afirma la bióloga evolutiva Cynthia Steiner, de la Alianza para la Vida Silvestre del Zoológico de San Diego.

En un importante estudio publicado en 2023, los investigadores analizaron los datos de la secuencia del genoma completo de 169 loros, casi todos los que vivían cuando comenzó la investigación en 2018. Ese trabajo aportó datos cruciales, como las variaciones genéticas que afectan a aspectos del desarrollo de los polluelos kākāpō, como la altura y la tasa de crecimiento. Esto podría ayudar a los científicos a predecir la rapidez con la que crecerán las crías e iniciar intervenciones veterinarias en caso de que las tasas de crecimiento se desvíen, dice Joseph Guhlin, genetista de Genomics Aotearoa en la Universidad de Otago en Dunedin, Nueva Zelanda.

Científicos también han descubierto que algunos kākāpō tienen resistencia genética a la aspergilosis, una enfermedad respiratoria fúngica. En 2019, un brote afectó a 21 aves y mató a nueve. Si se produce otro brote, los loros vulnerables podrían ser aislados y tratados con antelación, dice Guhlin.

Para octubre de 2023, todos los loros del santuario estaban bien, aunque los cuatro primeros en llegar perdieron un poco de peso. Gracias a los localizadores GPS conectados a cada ave, “podemos ver que han estado dando tumbos por todas partes”, dice Digby. Pero la supervivencia de los kākāpō más allá de los santuarios cercados depende del éxito de Predator Free 2050, una ambiciosa iniciativa para erradicar antes de 2050 algunos de los depredadores introducidos más dañinos para la fauna autóctona de Nueva Zelanda.

“Las erradicaciones son una estrategia de alto costo, alto riesgo y alta recompensa”, afirma el ecólogo Stephen Hartley, de la Universidad Te Herenga Waka-Victoria de Wellington. Hartley cree que puede ser posible deshacerse de las zarigüeyas, porque se reproducen lentamente y son fáciles de detectar, pero que las ratas y los mustélidos serán casi imposibles de eliminar sin introducir alguna forma de control genético o biológico, como la edición de genes o la introducción de un parásito que impida su reproducción.

Si todo va según lo previsto, algún día los neozelandeses podrán ver y oír a los loros desde sus propios patios. Por ahora, pueden pasear por el santuario forestal que los loros llaman ahora su hogar. “Trasladarlos a Maungatautari es un buen primer paso”, dice Digby. “Devuelve el kākāpō al lugar donde está la gente”.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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