Está claro que genes, receptores y neuronas intervienen en la detección de los olores. Pero gran parte del sentido que damos a lo que olfateamos sigue siendo un misterio. Un neurocientífico nos lo explica.
Aunque los estudios siguen siendo contradictorios y los productos a menudo no son homogéneos, muchos científicos tienen la esperanza de que el cannabidiol pueda ayudar a los caninos y otros peludos que sufren artritis, alergias y ansiedad.
Cada vez hay más pruebas que apuntan a una relación entre esta debilitante enfermedad neurológica y los microbios que viven en nuestros intestinos. La conexión podría venir a través del nervio vago.
Las puntuaciones de riesgo poligénico —la probabilidad de que un paciente desarrolle enfermedades cardiovasculares, cáncer de mama, entre otras condiciones, basada en pequeñas variantes genéticas— están llegando al consultorio médico. No obstante, aún quedan cosas por pulir y la precisión sigue siendo un problema.
Nuevas investigaciones sugieren que, para mantener un cerebro sano, debemos cuidar nuestro microbioma intestinal. La mejor manera de hacerlo ahora mismo no es mediante pastillas y suplementos, sino con una mejor alimentación.
Aprobada hace más de una década, la estimulación magnética transcraneal (EMT) es moderadamente eficaz. Adaptar el tratamiento a cada cerebro puede mejorar sus resultados.
Los científicos están descubriendo indicios de que existen múltiples fases de sueño en todo el reino animal. Las fases ‘activas’ del sueño son muy parecidas a la fase REM.
El ritmo de la respiración influye en una amplia gama de comportamientos, así como en la cognición y las emociones. Los neurocientíficos están descubriendo cómo funciona todo esto.
No es fácil encontrar el origen de un olor. Los científicos utilizan experimentos y simulaciones para descubrir las diversas estrategias que emplean los animales.
Condiciones genéticas como el síndrome de Dravet, que causa epilepsia infantil grave, son difíciles de tratar con la terapia génica tradicional. Los nuevos enfoques incluyen el uso de terapia antisentido para impulsar el empalme del ARNm.
Investigadores están desarrollando interfaces cerebro-computadora que permitirían a personas con síndrome de enclaustramiento —y otras afecciones que les impiden hablar— comunicarse.
Los neurocientíficos creen que un grupo de células cerebrales que estimulan el apetito podría ser el objetivo de terapias contra los trastornos alimentarios.
Los cerebros de los adolescentes son muy capaces, aunque inconsistentes, en esta edad crítica de exploración y desarrollo. También están muy en sintonía con las recompensas.
Algunos investigadores sospechan que estos ancestros bacterianos que habitan en el interior de nuestras células podrían contribuir a la aparición de diversos trastornos neurológicos y psiquiátricos.
VÍDEO: Incluso una infección leve de SARS-CoV-2 puede causar una inflamación que interrumpe la comunicación neuronal, dice la neuróloga de Stanford Michelle Monje. Su preocupación es que la Covid-19 pueda dejar a millones de personas con problemas cognitivos, desde la pérdida de agudeza mental hasta lapsos de memoria, que les impidan volver a su nivel anterior de funcionamiento.
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